El sapito Hilarión contempló embobado a una bandada de pájaros que surcaba el cielo. Como era un batracio soñador, pensó en lo lindo que sería sobrevolar las extensiones verdes y sentirse libre y ufano en vez de estar acorralado en ese cenagoso charco. Todos los días le sucedía lo mismo y otros sapos que croaban junto a él, movían su cabeza al verlo tan silencioso y contemplativo.
-Lo que debe sucederle, es que este Hilarión está enamorado y por supuesto que debe ser un amor imposible, si no, no estaría tan triste.
El que así hablaba era un sapo viejo que por lo viejo y no por lo sabio, había sido elegido como el Rey de la laguna. Este personaje era algo amargado, ya se había olvidado de soñar y lo único que hacía era croar y croar como si el mundo se fuera a terminar.
Fantasio, un sapito joven e inocente, se acercó a Hilarión y al verlo con sus saltones ojos perdidos en el cielo, le preguntó:
-¿Puedo ayudarte en algo, amigo mío?
Hilarión bajó su mirada y sonriendo tristemente, le dijo que no se preocupara, ya que sólo contemplaba el vuelo de las aves.
El sapito no quedó conforme y volvió a la carga.
-En tus pupilas ha quedado estampada la imagen de varias aves volando en bandada. -¿Te has enamorado acaso de alguna de ellas?
A Hilarión se le llenaron los ojos de lágrimas, las que al solidificarse se transformaron en preciosas gemas.
Palmoteando la blanda espalda de Fantasio, le confesó su gran secreto.
-¡Mi deseo es volar, volar, aunque sea una sola vez en lo que me resta de vida! Después ya nada más querré y croaré feliz en esta laguna porque cumplí por fin con mis sueños.
-Pero eso es imposible, amiguito mío- dijo Fantasio. Nosotros podemos volar a través de nuestro croar, que en cierta forma, equivale a tener un par de alas. ¿Para que queremos más?
-¡Noo! Eso no, el croar a mí no me permite elevarme por esos estratos algodonosos ni tampoco escuchar las exclamaciones de alegría de las aves al sentirse libres en la inmensidad de los cielos.
Fantasio sólo atinó a mover su cabeza y partió a croar una letanía triste por su amigo enloquecido.
Sucedió algo que cambiaría para siempre la vida en ese pequeño trozo de selva. Un pequeño avión aterrizó en una sabana y de la máquina descendió un grupo de científicos que venían a investigar las formas de vida de diferentes especies.
-¡Huyamos mientras se pueda!-ordenó el sapo Rey, quien ya había sido avisado por un papagayo que se acercaban los científicos y era sabido que estos se llevaban todo lo que estuviera a su alcance.
Se produjo un desbande generalizado escapando los sapitos a lo más recóndito de la selva, menos Hilarión, quien, de tan absorto que estaba contemplando el vuelo de las aves, no se había percatado de la orden. De pronto, se sintió empujado por algo o alguien y al volverse, se dio cuenta que era el sapito Fantasio que lo conminaba a ocultarse detrás del follaje.
Hilarión se emocionó con el leal gesto del joven sapo y de sus ojos saltarines brotó un manantial de lágrimas, las que de inmediato se transformaron en valiosa pedrería. Estas joyas rodaron y rodaron y no terminaron de rodar hasta que llegaron a los mismísimos pies de los científicos. Estos sólo debieron seguir el rastro, hasta que finalmente, capturaron a los dos sapitos que, sorprendidos, sólo atinaron a abrazarse.
-Pues bien. Como este sapito parece ser muy valioso, lo conservaré para mí, dijo el que piloteaba el avión.
-¿Y que haremos con el otro?
-Dejémoslo que crezca ya que es muy pequeño. Acaso el próximo año lo capturemos también- respondió el que parecía jefe.
Y sin alcanzar a despedirse, llorando a mares ambos sapitos, fueron separados, el uno del otro, acaso para siempre. A lo lejos, Fantasio vio elevarse la aeronave y una estela de espejuelos le dio a entender que Hilarión derramaba sus últimas lágrimas sobre ese suelo que lo vio nacer.
Ahora el sapito Hilarión es la mascota de Hans, el piloto y a través de las ventanas del avión puede contemplar, a veces, el vuelo de las aves. Él, incluso puede observarlas desde mayor altura, pero eso no lo hace feliz ya que añora regresar algún día a ese mismo charco que despreció cuando su deseo era surcar ese cielo tan azul, entreverado con las algodonosas nubes...
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