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Cuando abrí los ojos estaba en el fondo del pasillo, en el primer y último asiento, donde todo el que subiera me vería, trataba de pasar desapercibida y al mismo tiempo resaltar de toda esa muchedumbre estática, esparcida entre asientos de forros plastificados y rellenos descocidos. Típico instrumento de transporte, el ritual del pasajero suicida, del despreocupado fatalista o del acostumbrado trotamundos. Subí siguiendo el acto dramático de todos mis viajes, avanzar entre empujones de los que bajan y abrirme camino a sopetones para buscar la mejor ubicación como se hace en los conciertos y en los teatros callejeros. La mejor ubicación es la más cercana a la puerta para el que se baja cerca. Los que se van de cono a cono, los que no pagan pasaje, los que quieren asiento donde sea, los que esperan a que suba la chica del rabazo para la sobadita habitual, los que suben con la novia, los trasnochados y cansados todos ellos admiten las instrucciones de su saboteado acomodador que propaganda el: al fondo hay sitio, a cualquier parroquiano que use el servicio. Tomé el colectivo a las 5 de la tarde una hora muy poco transitada. Me subí relajadamente, era una custer no tan informal. Lo parecía, porque marcaba tarjeta y saludaba a su clientela. No esperaba que ocurriera nada extraño, por el contrario era un día muy gris y aburrido. Mi perspectiva era muy favorable para el encuentro posterior. En esa ocasión llevaba un atuendo muy informal, unos pantalones verdes apagados y una capucha de gamuza negra que me daba un aire personal. De reojo observaba mi entorno. Habían pocas personas todas inadvertidas, repetidos y sin barajar. Al frente un verde chillón con una voz nasal que detonaba fastidio aunque su intención era cautivar. Jeans desparramados, zapatillas y zapatos y unos cuantos tacos. Pero la presencia de unas zapatillas me incomodó más que lo acostumbrado. Eran unas chimpuneras negras. Si lo que mas odio son las chimpuneras combinadas con ropa de vestir. Esa forma alargada, ni puntiaguda ni redonda pero sobre todo la lengüeta, nunca en su lugar, siempre chueca y suelta, me recuerdan los estragos de un pene sin control, los impulsos incontrolables de un semental. Esa actitud reprochable del machito que se jacta de tener pene más grande, lo mismo pasa con la chimpunera, disimula la desproporción del condenado. Era un ser alto extraordinariamente raro en una combi. De contextura gruesa y piernas regordetas. En lo particular no soy de tendencias megalómanas muy por el contrario me inclino por lo canijo y hasta famélico. Pero este ser me llamaba en particular la atención, no era de los tipos con los que quedaría prendada físicamente que rara vez ocurre, sobre todo me inclino por actitudes y poses. Y este estaba en una actitud impasible. Tenía un perfil anguloso (de 30grados), una piel marcada por las hormonas y la comida desatendida, de tez clara y mirada encubierta. Una barba desaliñada, unos jeans sencillos y una polera que me asgo desde el principio. Era una capucha negra, suelta y grande pero lo que mas llamó mi atención fue lo cuidadosamente sucio que la traía. Se notaba a leguas que no se había lavado desde hace mucho tiempo y sin embargo a primera vista parecía pulcra y limpia. Fijándose minuciosamente tampoco podías saberlo, lo que delataba su suciedad fue la capucha que colgaba , el forro que guardaba todo su sudor , el smog de la calle , las manchas del perfume de su novia o de las mujeres que frecuentaba , me dieron la seguridad de que no andaba solo. Era por su rostro, por sus manos frías, sus uñas recortadas por los nervios y su aspecto desarticulado a reglamento higiénico. Lo espectacular de su ser fue ese olor particular de hombre sin bañar, hombre de nicotina reiterada, hombre de discos de rock y sudor de escenario. Ese aroma que se siente y se disfruta de esos hombres de mundo, su desnudes se convierte en un placer aunque, sinceramente, imaginarlos así deja mucho que desear. Sus imperfecciones se resaltan, su poca gracia corporal los abandona de toda virtud. Observe a ese hombre bajo mil formas, me resulto el hombre más cautivador del mundo, en ese instante en ese momento. Y subió ella y no lo opacó, al contrario le dio un perfil más fascinante, lo mitificó, lo consagró. Con sus artificiosas poses lo desdibujaba como un ser igual que ella. Se notaban sus diferencias, su lejanía espacial pero dejaba la interrogante del ser encadenado a las circunstancias, de consentir aquella naturaleza desleal a sus principios. Era una versión desequilibrada de la rutina amorosa. Se convirtió en un fenómeno particular y un desencanto social. Pero aún así me siguió cautivando. Llegó la hora de mi parada, consentí con mis pensamientos durante todo ese trayecto que era lo mas justo y necesario que le pude dedicar hasta ese momento. Me alejé despreocupada de volverlo a ver. Aunque sabía que iba a extrañar ese olor. |
Texto agregado el 18-05-2006, y leído por 110 visitantes. (0 votos)
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