Gatos y ratones
Antes que nada se lavo las patas, lamió con dulzura el rostro de la madre de sus crías, se afiló las uñas contra una pared gastada y salió de casería.
Era de noche, no había movimiento alguno, solo las luciérnagas merodeando entre los árboles y los grillos ocultos tocando su ensordecedora música.
Saltó los techos con facilidad, su cuerpo le permitía cierta destreza física, velocidad, agarre, los caracteres comunes de un gato. Bajó el cuerpo contra el suelo, agachado en posición de ataque esperando sorprender la presa. Abajo en los corredores intermedios de las casas unos ratones esperaban sin saber que. El felino dueño de una serenidad absoluta bajó disimuladamente por un poste. Intrépido se lanzó sobre ellos que apenas si reaccionaron, sorpresivos cayeron muertos en un instante.
De camino a casa ocurrió lo inesperado para él. El astuto gato ya no fue tan astuto. Saltando techos falló su concentración, su audacia, y se fue directo abajo, bien abajo. Ya era un gato viejo, no era el mismo de años atrás, ya no tenía sus siete vidas. Allí, abajo, no hubo forma de escapar, se defendió cuanto pudo, pero una jauría lo envistió por doquier. El ladrido de los perros se escuchó en la noche tranquila, al rato un maullido sufrido puso fin al ruido. De los ratones poco supo, con la caída estos se perdieron en la noche.
En la guarida esperaban la gata y las crías hambrientas. La gata se dio cuenta del retardo, salió en busca del gato y ratones. Encontró a ambos. En un techo los ratones muertos, rasgados a cuerpo completo, esperaban ser devorados. Abajo estaba él, el gato, quien rodeado de un zumbar de moscas esperaba lo mismo que los ratones.
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