De pronto vi traspasar el umbral de la puerta una figura soberbia gallarda, altiva, galante, colosal y hermosa; caminó con la propiedad ajustada de la que se sabe dotada de hermosura, que está al corriente de tener éxito, parándose frente a mí, mirándome directamente, sonriendo presumidamente mientas se sentaba en el sofá en medio de mi living, arreglándose coquetamente el cabello negro como el interior de nuestra última morada, cruzó sus piernas con experimentada galantería, femeninamente, puso un brazo en el respaldo del sofá y la otra mano en su muslo, miró por la ventana y luego se clavó en mis ojos sin hablar, pero invitándome a realizar lo inevitable, lo que desde púber idealicé, mostrándome lo ideal de su faz, su cuerpo, su pelo, su aroma y su talante…
– Que callado estás; ¿En qué piensas? – interrumpió mi mujer el sueño en soliloquio
– En nada – respondí sonriéndole
– ¿Me amas?
– Sí; te amo. |