HISTORIA DE UN ABUELO
Caminando por donde siempre camino, los brazos cruzados y el alma hecha pedazos, me encontré mi destino, un viejo que me miraba sentado.
Me admiré por la consistencia de sus ojos y esa mirada de niño que solo los ancianos saben dar, esa mirada que en la oscuridad del alma y en la perversa confusión del corazón, devuelve la paz y renueva el ser. Una mirada cálida que a pesar de su imperceptible pero verdadera tristeza, me conmueve y los años de su experiencia recuerdan que la vida va y viene.
Me acerqué y sentí la calidez de su cuerpo pero él, como si fuese inerte, quieto, inmóvil, como esperando a la muerte, no hizo más que observar el cielo.
Escuchaba su silencio como sabios consejos de hombre que sabe y no llega lejos.
Un recorrido frustrado, sin mayores novedades que hicieron de su vida sangre añeja y caminos en su piel.
Contemplando a ese viejo sentado en la banca, llorando a las estrellas como acordándose de sus errores, reflexionando sobre su vida en el umbral de la muerte, se me devuelve la vida y continuar está en mi mente.
Deseé presentarme para entablar conversación, le dije: “Mi nombre es Mario de apellido Mondragón”.
Su silencio me agobiaba pero me enseñaba una lección: La vida termina cuando uno se rinde y no demuestra tesón. Por lo visto el viejo ya sabía, y estaba esperando su hora, la hora de morir con zozobra.
De pronto un cálido viento seguido por una helada ventisca, abrieron su boca y me dijo: “Querido nieto, vivir es tan fácil y morir es tan complejo, mi vida acabó hace tiempo, en pleno consentimiento de la felicidad, pues mi lucha ya consumida y en la eterna soledad de la compañía de alguien que no te acompaña, comienzas a morir en vida, sin metas ni sueños de algo que te motive, acabas por irritarte y entonces pides que te olviden. Ahora, la muerte verdadera ya se acerca y las ganas de vivir que crecen, me hacen pensar que mi vida es una ironía. En la vida muero y en la muerte vivo”.
Me quedé sorprendido y no comprendí sus palabras, me senté a su lado y con una opresión en el pecho me sentí destruido. El viejo cerró los ojos y se escurrió hasta mi hombro quedando apoyado en él, y su cuerpo, ya sin la chispa de la vida se enfrío lentamente.
Miré la cara del viejo yacido en mi hombro y me vi a mí mismo. Sus palabras “Querido nieto” me recordaron a mi abuelo Mario Mondragón, aquel que nos abandonó hace tiempo y el cual yo amaba tanto.
Perplejo por lo sucedido conté mis estrellas, por la vida eran unas cuantas la que me acordaron los errores cometidos y el resto de ella, me manifestaron mis sueños y mis anhelos, entonces brilló en mí la luz de la existencia y decidí continuar con tesón y sabiduría.
Ese viejo pudo ser o no mi abuelo perdido, pero me conmovió como nadie lo había hecho, y fue el mejor psicólogo que visité, fue el mejor amigo que tuve en la vida, porque me dio una lección perdiendo su vida para salvar la mía. Tal vez fue coincidencia su muerte con mi devolución de la existencia, no lo se.
También fue la única persona que me rompió el alma, pues esa afortunada pero infortunada noche, lloré con el corazón y no con lo que comúnmente se llora.
Ahora, todas las noches me siento en la banca en la que me encontré al viejo o a mi abuelo, contemplo las estrellas y sonrío llorando recordando tan irónica escena.
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