Hace algún tiempo, Dios se paso a vivir a las montañas; hasta ahora nadie sabe en que exclusivo sector, ni con que inimaginables lujos huyo Dios de su transitado cielo, de donde los motorizados sueños de los hombres y sus miradas urgidas de esperanza lo sacaron a trancazos, se cree que no trajo consigo sus Ángeles tan comercialmente criticados, ni sus arpas que ya no tranquilizan, ni los libros de profetas que hoy casi no salvan, solo trajo en su equipaje sus viejos lentes, un cuaderno con su respectiva pluma, y un armario lleno de azares y casualidades para socorrer las emergencias de uno que otro humano, y seguir pasando desapercibido ante ellos.

Huyo a las montañas para recoger la paz, que la mayoría de gente cambio por mejores posibilidades de sufrir, esperando que en algún momento vuelvan por ella y comprueben que él si existe, y que desde su vistoso escondite cuida su exótico jardín de conciencias para que las aun mas extrañas condiciones de su terreno, no las maltraten lo suficiente.

Se ha sabido que es del agrado de Dios pasarse los días viendo como la maleza se devora los buenos cultivos, y que carcajea hasta caer al suelo, cuando los fuertes vientos o el inconciente calor amenazan con acabar la insignificante vida de su obra, sin embargo y a pesar de toda la diversión propia de la divinidad Dios también se deprime y se pierde por momentos en el autismo, incapaz de hallar una respuesta que nos satisfaga a todos, simplemente porque ni el la sabe.

Suena irónico pero algunas veces, cuando el cielo no parece nuestro y no dibuja nubes que nos quieran dar respuesta es porque Dios en su infinita tristeza, y milenaria soledad mira mas halla de su antigua casa, buscando respuestas, pidiendo auxilios perdiendo esperanzas, que quizá alguien le ofreció a cambio de cuidar un mundo que nunca ha tenido arreglo.