En la tarde del 25 de mayo de 1984, una pequeña ciudad del Salvador era alertada por la posible visita, a la media noche, de insurgentes violentos que habían declarado, poco tiempo antes, como “Ciudad no grata para el grupo armado”, el resguardo de aquellos pobladores. El comunicado que había sido colocado en la plaza central, poseía en el, una relación exacta de personas con nombres y apellidos, los cuales debían rendir cuentas a fin de aclarar las dudas sobre sus posibles nexos con la resistencia.
A las 7 de la noche, doña Paz Asunción Viuda de López, empacaba lo que podía en un pequeño costal. Dentro de sus pertenencias se encontraban las fotos de sus dos hijos desaparecidos en combate, una medalla entregada a cambio de la vida de su esposo, cucharas, platos y los retazos viejos con los que, por las noches, cubría el cuerpo de su pequeña de apenas 7 meses de nacida. Su nombre Libertad, era un llamado de esperanza, esperanza de que algún día el destino tomara el nombre de su madre: PAZ.
Anticipándose a la cruel matanza, que por cantada tenía el pueblo olvidado, el éxodo comenzó en silencio, con angustia y nerviosismo. Por recomendación de don José, el pueblo tomo la decisión de encaminarse hacia el cañón del río “Traicionero”, llamado así, por que en él perecieron varios pescadores a causa de repentinas subidas del cause del río.
Cuando la luna se posaba sobre lo alto, y cuando en la selva no se escucha el riudajo de los cazadores, o la advertencia de los cirilis, el pueblo se encontraba en la oreja de la estrecha margen del cañón. Sin que ellos se percataran, más de 200 armados, apuntaban sus rifles hacia la desprevenida población. En el momento que el primer rifle fue accionado, casi por reflejo, miles de balas fueron disparadas sin tregua, sin aviso, sin humanidad. Misteriosamente don José no aparecía entre los muertos.
Doña Paz y su pequeña hijita, junto con algunos de sus vecinos, alcanzaron a retroceder, ya que se encontraban rezagados del grupo, pues en él estaban, en su mayoría, mujeres con cría colgada a la mama, niños chicuelos y uno que otro anciano.
Las balas sonaban y los cuerpos caían, las ráfagas impactaban y las esperanzas se perdían. Casi lejos de la masacre el pequeño grupo que huyo de aquella barbarie se refugio en una estrecha zanja cubierta de monte. Los armados bajaron bien hasta el fondo para asegurarse que ningún alma quedara en pie. Siguieron el rastro de los últimos y cuando estaban cerca de la zanja estrecha, las temerosas presas, sentían morir.
Así como cuando el cazador presiente el temor en el aire de la presa, así los armados, con cuidado de realizar el más mínimo susurro y con cautela, se acercaban a los escondidos.
En ese momento, cuando la distancia entre demonio y sacrificio no superaba los 10 metros, la pequeña infante Libertad comienza su proceso de sollozos lastimeros. Todos se alertaron y le hicieron señas a Doña paz que la callase. Esta se saca una mama y se la coloca a la cría en la boca; pero la niña no llora de hambre; llora por medio, por angustia, por impotencia…llora por que es niña, por eso llora; los refugiados entraron en pánico ante el posible descubrimiento de su salvaguarda.
Doña Paz toma la decisión, y al no poder callar a su hija, con dolor en el alma, con llanto de rabia y sufrimiento, tapa la boca de su hija, hasta que Libertad calla…calla para siempre.
Esa noche el destino volvió a escribir sus páginas con la ironía que caracteriza su estilo novelesco; puesto que en el río “Traicionero”, doña PAZ ahogo a LIBERTAD, para darle paso a la supervivencia, al instinto de seguir, a la VIDA.
Las aguas de este río serian marcadas para siempre por la sangre de Libertad.
Año tras año, en esta población, todos los habitantes, el 25 de Mayo, a la media noche, salen a ofrecer sus lagrimas para apaciguar el llanto de la madre, que según cuentan aun se escucha como eco en el cañón a lo largo del rió “Traicionero”. Y quien no lo crea, que venga al Salvador y lo vea.
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