Hay muchas diferencias entre ellos.
Él, entre la multitud del boliche, ya va adivinando a sus posibles Fiscales, y puede ver junto a ellos, a la zalamera legión de auxiliares, los cuales no pueden disimular el delatador gesto, y cada diez segundos se acomodan las rutinarias insignias que en este momento no llevan.
Ella, en cambio, trata de intuir en todos los rostros ignotos a quién, cuando suceda lo inevitable, podrá acudir en su ayuda.
Buena noche para él. El sistema jurídico de turno es fácil de eludir.
Cuando termina de hacer el reconocimiento descubre que está conteniendo la respiración. Exhala el aire lentamente, dejando que con este se vayan todas las presiones. La adrenalina baja un nivel.
Ya puede usar la totalidad de sus envidiables reflejos para poder encontrarla.
Mala jornada para ella. Entre medio de la bruma y la música saturada, puede ver en esas caras conocidas, pero sin nombre, que no solo no va a haber amparo: ni siquiera van a existir testigos hábiles de su muerte.
Extrañamente, al igual que él, ella también respira aliviada. Cuando la incertidumbre desaparece, solo resta lo inapelable, y lo inevitable siempre es el mejor refugio para los cobardes.
La ronda humana en torno a los que bailan, ritual antiguo al que todos rinden inconsciente tributo, los lleva alrededor de la pista hasta su ineluctable encuentro.
Ya están frente a frente.
No hablan.
No hace falta. Asesinos de otras víctimas y víctimas de otros asesinos, los dos ya tienen experiencia en el interminable juego.
Con solo mirarse ya saben qué lugar le ha tocado a cada uno esta noche y lo aceptan.
Hay un factor único, que convierte a este crimen que relato en perfecto: solo se da de esta manera cuando la víctima y el autor están de acuerdo. Pero también hay muchos factores que atentan contra esta anónima perfección. Si ni siquiera Dios logra que aceptemos su sublime índole (si fuera perfecto no nos quejaríamos tanto de Él), ¿por qué lo lograría un hecho de esta naturaleza?
El peor factor quizás, debo reconocer, es este escritor celoso que lleva a la justicia del papel el envidiable delito. Mas no muy lejos de mí están quienes leen este sumario, y que cuando terminan de estudiar el testimonio ofrecido, suscriben, con una sonrisa cómplice, el apócrifo veredicto de reconocerse en él.
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