I
Hoy lloro por la muerte de mi amada
y sin lugar a una queja, que salga de mi herida,
llevo una gran carga que me ha impuesto la vida,
la de tratar de escribir literatura, poesía.
No en vano coseché en artes y en maestría
no sin antes pasar por doble hipocresía,
mi refugio canto en son y alegría
soy libre y así, cuando miro, alrededor no hay nadie
sigo creyendo en la hermosura de la vida.
Me gano la vida, como simple maestro
“profesor por horas, charlatán curioso”
sin embargo, no me encuentro solo del todo
he encontrado al gran amigo, o su idea,
que perdí un día.
Aquel que suspira y en su forma brama
aquel que quiere sin saber que ama
aquel que ríe
aquel que llora por ser demasiado joven
para emprender la correría de la vida.
II
Mi sueño es volver algún día
cargado de dinero, riqueza, fama, honores
darle la mano a aquel que me la tendió un día
pues simplemente quiero dejarte un recuerdo:
este momento de buena poesía.
III
No quieres pensar que hace diez años
me volví al amigo que escondía su gran cariño por la vida,
hoy solo, aburrido, acomodado en el largo viaje de la vida,
miro las estrellas, miro el cielo
cabizbajo, radiante y sin embargo,
me pregunto: Amigo, será feliz en este momento de la vida
o simplemente reconoceréis la derrota
que también es derrota mia…
IV
No necesito escribir versos melancólicos
ni fuertes ensayos para comprender la vida
pasan los años fuertes de la juventud,
de la maldita rebeldía
pasan las horas, pasan los días
pasan los tiempos, pasa la vida
y sin embargo, ya más calmado,
no rezo, mi devoción se ha perdido
y como un loco
atacado de un mal que carcome la herida,
busco en el silencio, en la armonía
el canto de aquellos que fueron un día,
mis confesores de juegos, de melodías
o aquellos ángeles que han caído sin hacer nada malo,
aquellos hombres y mujeres que creyendo estar
en la vida misma…
todas aquellas cosas que en la vida,
se pueden perdonar: la perfidia, la envidia
más nunca, llegar a querer ningún día.
V
Lloro lágrimas de sangre
al ver desfallecer mis creencias
en los rituales de una iglesia ya olvidada
suspiro al evocar la juventud, la juvenil conquista
del pudor, de la fe perdida.
No tengo la culpa que las palabras del señor
se hayan secado y quiera gritar: viva la vida…
No tengo justificación para alejarme
de la cruz, sin embargo,
voy derecho a un camino que ya más dócil
y con más sentido me inspira,
el deseo de ser nada o todo,
pues recuerdo y rechazo a lo que esclaviza,
coqueteando con el budismo
me acerco cada vez más,
a la triste, noche del día…
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