En la oscuridad del infinito deambulaba, iluminando todo a su paso con una luz resplandeciente que surgía de la paz interior que alegraba su alma, una música proveniente de... no sé donde, lo guiaba hacia todos lados y hacia ninguna parte, pero eso no era importante, no necesitaba dirigirse a algún lugar ya que sea lo que fuere donde estaba, era feliz, tan feliz como lo puede ser un espíritu que se ha despojado de todo lo material, de todo lo que había sido, a lo que había estado encadenado durante aquella existencia terrenal, existencia llena de dolor por la que había tenido que pasar debido al capricho malsano de alguna deidad, encaprichada en satisfacer su alma con el sufrimiento de criaturas imperfectas.
Todo era maravilloso, tranquilo y apacible, vivía en un éxtasis total, sensación que solo se tiene cuando se está gozando en el paraíso, ¡que enorme felicidad! pero... de repente, de la nada, surgió un recuerdo.
¿Un recuerdo?... se inquietó, algo andaba mal, no debía tener recuerdos, eso era algo que tenía que ver con aquellas cadenas materiales, cadenas que había roto ya hace ... no se cuanto tiempo, era como si doliera, ¿dolor?... ¿qué me está pasando? gritó, y su grito resonó por todo el universo, como las trompetas sobre los muros de Jericó, el recuerdo se hacía cada vez más nítido, y el dolor punzaba, su luz se iba desvaneciendo, y la música, aquella bella música que lo guiaba, se convertía en ruido, en sirenas y en voces.
Aquella oscuridad tan hermosa y placentera empezó a aclararse, y mientras el ruido se volvía ensordecedor, abrió los ojos... y, alguien dijo, amigo no sabe usted lo afortunado que es, gracias a Dios logramos volverlo a la vida.
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