Camila sube la calle a paso veloz. Los auriculares bombardean sus tímpanos. La bufanda -abrazo portátil para solitarios- enroscada al cuello. Del gorro de lana escapan rizos largos alborotados. El viento le da un aire de medusa convulsionante, apresada.
Llega a la escalinata y por una suerte de auto-reto decide subirla corriendo. No está apurada. No va a ningún lugar. Le gusta sentir el corazón latiendo fuerte, sin motivo alguno. Le da una cierta conciencia de su cuerpo, que es frágil, pequeño y acostumbra cortar el viento con gracia.
Dobla a la derecha tan solo porque antes de subir las escaleras había pensado girar a la izquierda. Se entretiene pensando que el destino le prepara sorpresas. Camila no cree en el destino, pero por si acaso le gusta tentarlo.
Al llegar a la esquina vuelve a doblar a la derecha, decide volver a la paralela para subir nuevamente la escalinata. Piensa que la agitación reciente no fue suficiente, pero Camila se detiene en el quiosco para comprar caramelos, prefiere tener los bolsillos cargados de caramelos que de monedas. Los caramelos no hacen ruido al subir la escalinata. Compra 12 y se deshace de todas sus monedas. Caramelos de miel para la medusa colorada. El quiosquero le ofrece discos, a tan solo 10.000 Gs. "Colección de clásicos, están de oferta, liquidamos". Camila agradece al mismo tiempo que mueve la cabeza de derecha a izquierda y se retira. A los 11 pasos regresa, mira los discos y elige -sin sonreír- uno que anuncia "Caballería Rusticana". Paga. Retoma su camino haciendo malabarismos para colocarlo en
vez del que llevaba en su discman.
Camila llega a la esquina y sube la escalinata corriendo con su nuevo CD tocando a modo de soundtrack. Su corazón palpita casi golpeando al mismo ritmo de Caballería Rusticana la estrellita que le cuelga sobre el escote y bajo la bufanda. Sonríe. Siente su cuerpo. Sube el volumen. Gira a la derecha. Sigue de largo la esquina. Camila corre. Quiere más. El corazón bombea. Camila respira por la boca. Su aliento se escapa entre los labios, como el humo de un cigarro. Hace frío. Sigue corriendo, no para en las esquinas, quiere ir a la plaza.
Solo faltan 5 cuadras. Sus piernas apenas tocan la superficie de la vereda. El corazón enloquecido. Sus bocanadas se vuelven pequeños jadeos. Gemidos. Felicidad. Cruza la calle corriendo. El conductor no llega al freno. Camila tendida en el pavimento. Caballería Rusticana percusión, viento, cuerdas y adrenalina en los auriculares y en el corazón que late
intensamente unos segundos. Sí, sonríe sangre. El corazón rallentando. La sirena de la ambulancia que terminó contra la esquina, también.
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