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En el tropel del metro, arrastrándose vil y hábilmente, esa niña robusta, morena, desaliñada, de cara sucia y ojos grises desamparados, con un trapo maloliente limpia zapatos, en sus manos temblorosas recibe escupitajos de limosnas, premiando al dador de semejante infortunio con una disimulada y amarga sonrisa. Solo observa zapatos sucios, pero más limpios que las miradas de lástima, confusión y conmiseración de las masas morbosas. En su diario vivir en lugar de pasar los minutos, pasan zapatos, tenis, puntiagudas zapatillas.
Ha llegado la noche, lo dicen sus manos y brazos adormecidos, adoloridos, es hora de bajar del metro y utilizar sus piernas, recorriendo las calles oscuras que la llevaran a su casa.
Llega a su casa-alcantarilla, y apaga la luz, cubriéndose con un periódico.
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