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El primer disparo entro por la ventana y pego en la espalda de papa.
El viejo se sorprendió por el ruido de los vidrios rotos, como si no hubiese sentido el dolor, y cuando empezaba a girar para mirar que había pasado, cayó muerto.
Mamá lo vio caer y extendió el brazo para agarrarlo porque seguro pensó que se había tropezado, y se escucho como un cañonazo, que se yo, la cosa es que ella pegó contra la pared como si la hubiesen empujado y cayó al suelo bañada en sangre.
Fue todo tan rápido . . . empezaron a volar las cortinas y caían vidrios de todos lados. Yo estaba aterrado, sabía lo que pasaba, pero no quería creerlo, me quedé mirando a los viejos; treinta años viviendo juntos y ninguno de los dos se dio cuenta que el otro había muerto.
Ana se tiro encima mío y me empujó detrás de la columna, las balas pasaban como moscas.
Y pensar que tendría que haber sido yo el que la empujase a un lugar seguro, pero ella reacciono primero. Ves, te preparas durante años para enfrentar ese tipo de situaciones y cuando llega el momento te portas como un imbécil, lo único que me faltaba era gritar.
Así que estábamos allí, casi esperando que nos maten, y ya no eran solos los vidrios, el revoque de las paredes se caía a pedazos, en algunos lugares se veían los ladrillos. Quería pensar en lo que iba a hacer, ¿y sabes lo que me pasaba?, no podía dejar de contar los tiros.
Los viejos muertos, Ana con un embarazo de ocho meses, la casa la estaban demoliendo y yo contaba los tiros, que boludo. Es que tenia miedo, como le decía a Ana que nos íbamos a morir?, como si no lo supiese . . . no, lo que debía decirle era que nos teníamos que morir. Era aquí, no había forma de escapar, entregarnos era impensable, a Baltasar no lo iba a criar ningún milico.
Muchas veces la idea de ese momento me entretejía insomnios, cada noche mientras trataba de escuchar los ruidos de la calle, de estar atento, de pensar. Semidormido, creía que andaba por el patio, entre los malvones rojos y la parra de uva chinche y las macetas con helechos y el mate ya frío en la mano y, ¿y?, y volvía a mis pensamientos en la cama mientras las sabanas se enredaban en mis pies, y la pierna de Ana, que estaba acurrucada al lado mío me cruzaba por sobre el estómago en esa actitud tan infantil y tierna de aferrarme, incluso dormida, para que no la abandone .... Y regresaba al patio y al galponcito del fondo con el tablero de herramientas que solo le quedaban las siluetas pintadas y alrededor de ellas clavos para sujetarlas, testigos crueles de lo que alguna vez tuvimos en nuestras manos y ahora solo nos quedaba eso, siluetas.
Entresueños donde imaginaba que ellos me sorprendían dentro del coche y me escapaba subiendo por la vereda y metiéndome por todos lados mientras les disparaba a las gomas, no se por qué pensaba en las gomas y no apuntaba a la cabeza, era como una fijación, lo tenía tan claro....
Me escapaba y pasaba por un potrero donde había unos pibes haciendo un picadito, y me bajaba y les pedía permiso para jugar y los pibes contentos de poder hacerle un caño a un grandote, contentos como me ponía yo de pibe cuando al papá de un amigo lo bailábamos por dos horas en la canchita de la Cantabrica, por Varela y Gaona, en los fondos de Morón. Y encima pagaba los helados.
Y me pescan en casa, justo a mi que lo tenia todo planeado con el coche, me pescan en casa. Pero los planes eran de entre sueño y la vida es como es, no como debiera ser, y esta era la vida.
La agarre a Ana del brazo y la empuje por lo que había sido la puerta de la cocina y ahora era un hueco sin marco y con los bordes mordidos y rotos por los tiros que empezaban a ser menos. Se ve que al no recibir respuesta nuestra pensarían que estábamos todos muertos.
Ellos sabían que en la casa estábamos nosotros, nos encontraron porque los siguieron a los viejos, porque no le dijimos a nadie dónde nos íbamos.
¿Te acordas la discusión con Aníbal?, cuando le expliqué que mi dirección no se la daba hasta que no nazca Baltasar y pudiese sacar a Ana del país.
Me dijo que mi hijo no era más especial que los hijos de los demás, y que no podía tratarlo a él de buchón.
¿Qué tendrá que ver con ser buchón o no?, cuando te torturan contas hasta las cosas que jamás le habías contado a nadie, tus mas profundos secretos, tus mas íntimos sueños. Aníbal pensaba que eso no le iba a pasar a él, o que nunca lo iban a agarrar o que si lo agarraban él no hablaría, un dios, se creía un dios.
Me amenazo con degradarme.
Él seguía jugando a los soldaditos, se equivoco de bando, Aníbal tenía alma de milico. Así le fue también, bueno, le fue mejor que a mi, al menos esta muerto y yo estoy aquí viviendo un tiempo que no es el mío, estoy viviendo el tiempo de los muertos.
Había que estar ahí, contarlo es distinto.
Contarlo es como querer explicarte el olor de los malvones de las macetas de mi patio.
Ana daba la impresión de ni siquiera estar asustada, sabía lo que iba a pasar, estaba resignada, ¿cómo explicarte?, me miraba con admiración. Me admiraba a mí, yo la había metido en eso y ella me miraba a los ojos con amor.
En la cocina alcance a manotear unos fierros que tenía escondidos detrás de la mesada y corrimos por el pasillo para salir al fondo y apenas abrimos la puerta vemos dos canas en el pasto. Tardaron un siglo en tirarnos, me quede petrificado, pude haberlos matado pero yo también tarde un siglo en tirar.
Entonces siento unos tiros que vienen de atrás y me pasan cerca de la oreja, y era Ana que reaccionó antes que yo.
No se como explicarte la situación, llegó un momento en que me jodía mas la soltura de ella para enfrentar los hechos que la muerte de mamá y papá.
Así que los canas empezaron a correr cuando Ana les tiro, porque estaban totalmente desprotegidos, pero nosotros también estabamos desprotegidos, y no corrimos. Cuando al fin tiré del gatillo la ráfaga que salió pego en la pared del fondo, los canas ya no estaban.
Creo que nos sentíamos más seguros alli, al aire libre, que dentro de la casa. Era una noche hermosa, el sauce arrinconaba sus delgadas ramas contra la pared para protegerlas de un viento que, sin duda, en pocos minutos, nos llevaría a todos.
No se por qué no habían copado el fondo, pero sí estaban en el techo. Nos empezaron a tirar pero no les daba el ángulo porque nos protegía el alero, disparaban mientras gritaban, quizás para darse valor, los gritos de ellos tapaban hasta el ruido de los tiros, así que nos arrastramos y nos metimos de nuevo en la casa. Y estábamos otra vez donde empezamos.
Pero ahora sabían que estábamos vivos, y nos mandaron la artillería.
Estaban terminando de demoler las paredes del frente, y para durar un poco más, nos metimos en el baño, detrás de la cortinita de plástico, dentro de la bañera.
Si alguna vez todo ese hecho me pareció una película, seguro era de Buñuel, no era una escena kafkiana, incomprensible, era tangible y real, pero surrealista, como Buñuel.
La abracé fuerte y me puse a llorar, ella me dijo que haga lo que tenía que hacer.
Yo quería detener el tiempo, pero no se detenía, quería retroceder el tiempo, pero no podía.
Quería estar en otro lado, pero estaba ahí.
Ana levanto una de sus piernas y rodeo las mías, envolviéndome, como cuando dormía, infantil y tierna. Le saque el arma de las manos, la puse en su cabeza, y tiré.
Se fue deslizando entre mis brazos, sentí que su vida se iba mientras su cuerpo bajaba, sentí que Baltasar también la abrazaba, entendí que se marchaban sin mí.
Sin abrir los ojos me puse el caño en la frente. Pero no pude.
No podía regalarles a ellos nuestras vidas, algo tendrían que pagar.
Me fui del baño sin mirar, si por un segundo hubiese visto lo que hice no me hubiesen quedado fuerzas para seguir.
Corrí por el pasillo y salí al fondo, y salí tirando, llegue al lado del paredón y de un salto lo pasé, limpito; ahora era yo el que gritaba al disparar.
Caí en la casa de al lado, salte unas medianeras, por un pasillo llegue a la calle de atrás, pegue la vuelta a la esquina y volví en dirección a la casa.
No había hecho todo eso para escapar, quería llevármelos conmigo. Le tire a algunos que estaban al lado de un camión, otro salió de atrás de una columna y me grito que tire el arma. Pedazo de boludo, amenazarme a mí, que había asesinado la esperanza, le volé la cabeza y seguí corriendo.
Pase un campito, cruce una avenida y vi que venía un colectivo, tiré las armas y me subí. Me baje en la ribera de Quilmes, ahí si que ya me quería matar.
Pero había tirado los fierros. Así que vine para aquí.

Texto agregado el 16-05-2006, y leído por 95 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-11-2008 Hoy soñe con vos y me levante mal, ansio el reencuentro paternal. lscarso
 
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