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Inicio / Cuenteros Locales / mochica / VII. Pez (Shiac)

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"Los árboles hablan sobre un nuevo amanecer, las estatuas murmuran el siguiente despertar, y tú sigues sin saber quién soy."

Las ocho horas de clase del viernes atravesaron el tiempo lentas y tranquilas, como si Cronos hubiera decido de pronto que aquel día no acabara si no al final de los tiempos. Fue voluntad de Cronos, o fue voluntad de los dioses mochica, cuyos siervos desfilarían frente a mis ojos al término de aquel día. Entonces, sólo entonces, comprendí lo que quiso decir Pietro Daneri con “verlo con los ojos”.
Ese día no hablé con nadie, ni con el enigmático Félix Galdós, ni con el bueno de Andrés Salaverry, ni con Sofía Flores en medio del internado, ni con el propio Pietro Daneri, a quien vería una hora antes de la medianoche. Ese día también tuve a los doce- al menos a los seis de los cuales tenía registo- vigilados. La Piedra (Pon) continuaba con los mismos movimientos lentos y torpes, sólo gobernados por su voluminosa masa. El Junco (Faig) simplemente estaba, en todos lados, en todas partes, duro e inflexible como debía ser. La Candela (Oog) era como una hoguera apagada, que siempre pasa desapercibida. El Nido (Shache) continuaba guardándolo todo, lo que no sabía entonces es que el Nido también sabe guardar secretos. El Río (Nech) no cesaba su ruido insoportable, ni el Canto (Quechcan) su melodía parecida a la del silencio.
Las horas de clase llegaron a su fin pese a los fallidos intentos de los dioses que no son ni están. Sin embargo, aún faltaban horas antes de la revelación de los doce, que no esperaban ser descubiertos.
Esperaba en el pabellón, sentado en mi cama, opacado por la oscuridad, experimentando una ceguera de ficción. Fue cuando Félix Galdós habló:
- El Pez es escurridizo- dijo.
No dije nada. Esperaba que él terminara.
-El Pez es escurridizo- repitió-, como las aguas en donde habita.

A las once, estuve en el lugar como pactamos. Como pactamos, Pietro Daneri me esperaba.
-No digas nada- murmuró.
Apenas podía ver el contorno de su figura a los pies del pilar sin agua. Lo reconocí por su voz inconfundible, que pasó a formar parte de la oscuridad etérea en la que nos encontrábamos.
Lo seguí por los innumerables pasadizos y escaleras que, en conjunto, formaban el monstruoso claustro al que había ido a parar, y después de la horrible impresión de estar dando vueltas en círculos, mi compañero se detuvo frente a lo que parecía ser la puerta de un salón de clases.
Pietro me hizo señas con las manos. Nos escondimos detrás del estante de los trofeos y premios del colegio. Inferí que a través del vidrio se podrían ver nuestros contornos, pero no dije nada como se me había ordenado. La ventaja estaba en que aunque ellos nos vieran, nosotros los veríamos llegar primero. Además de las sombras de los trofeos, que se confundían y perdían con las nuestras.
Uno a uno fueron llegando, a horas distintas. El pabellón de las chicas se encontraba atravesando la iglesia, por lo que supuse que ellas serían las últimas en llegar, pero no pude concretar nada dado que no pude ver ninguno de sus rostros, por la eterna oscuridad y, además, porque en medio de ella pude notar que no eran sus propias caras sobre su cuello, sino máscaras debajo de capuchas y capas, que parecían ser negras en las sombras.
Pude contarlos bien, habían entrado diez. Pero cuando el onceavo se disponía a entrar por la puerta misteriosa, Pietro golpeó despacio nuestro escondite, apenas para provocar un murmullo. El individuo debió haberlo sentido, porque se volvió y se acercó cautelosamente hacia donde nos encontrábamos. Contuve la respiración. Cuando el espacio que nos separaba se convirtió en nada, y era obvio que nuestras sombras eran claramente visibles para el otro, Pietro se adelantó y embistió al extraño. Éste pareció proferir un quejido, pero nada más. Pietro Daneri lo tomó por la careta, quitándosela, y le dijo en un susurro, agarrándolo por la cara, la real y tangible:
-Di quién eres.
Tardó un momento en responder.
-Shiac.
-¿Santo y seña?
El Pez (Shiac) no dijo nada. Mi compañero le apretó aún más fuertemente el rostro.
-¿Santo y seña?
-Los árboles hablan sobre un nuevo amanecer, las estatuas murmuran el siguiente despertar, y tú sigues sin saber quién soy.
-Repítelo.
- Los árboles hablan sobre un nuevo amanecer, las estatuas murmuran el siguiente despertar-hubo una pausa-, y tú sigues sin saber quién soy.
-Una vez más.
Tomó aire.
-Los árboles hablan sobre un nuevo amanecer, las estatuas murmuran el siguiente despertar, y tú sigues sin saber quién soy.
Pietro se volvió hacia mí.
Asentí.
-Los árboles hablan sobre un nuevo amanecer- comencé-, las estatuas murmuran el siguiente despertar…
Respiré hondo, algo desorientado pues no estaba seguro de lo que seguiría después de aquello.
-… y tú sigues sin saber quién soy- terminé.
-Ahora- murmuró mi compañero-, toma la máscara y la capa, y entra.
-¿Tú?
-Yo voy detrás de ti. Con el siguiente.
Dije que sí con el cabeza, acompañado solo por la negrura y el silencio. No obstante, cuando me acerqué a tomar la máscara, casi rompo aquel silencio con un grito olvidado, pues pude ver con absoluta claridad el rostro del que era el Pez: Andrés Salaverry.
Tomé la máscara, le quité la capa, y me puse de pie para entrar en el rudimentario disfraz. Pietro hizo un gesto de aprobación con la cabeza.
-Eres el Pez, no lo olvides- fue lo último que me dijo antes de atravesar la puerta, que no sabía hacia qué parte del mundo me llevaba.
Entré.

Texto agregado el 16-05-2006, y leído por 284 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-06-2006 Muy bueno, no esperaba menos seguire leendolo yerard
 
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