Joan Carlo contempla, mirando en su interior, la pared que algún día contempló mirando hacia ella. Han pasado meses desde la primera vez que la vio. Ella caminaba como si el suelo se amoldara a sus pies, repartía besos y tomaba el pelo a los educadores, de entrada él pudo ver el motivo por el que todos la querían, era simplemente natural. Por supuesto no pasó por alto que era extremadamente bonita, lo suficiente como para no fijarse en él.
Estefanía contempla la calle a través de sus lágrimas, no puede olvidar lo colorida que se veía a través de los ojos de él, quiere contar que es consciente de que quizá no sea el hombre de su vida, pero de momento lo es. Su caracter de naturaleza alegre no entiende de diferencias, ni siquiera recuerda haber habitado otro lugar, extraña enormemente la mano que la guia en la oscuridad, los ojos que la miran aún cuando no está. Lo que nunca olvida es la primera vez que le vio, solitario, desconfiado, ajeno a todo lo nuevo que le rodeaba, y sobre todo los ojos escurridizos que la arrancaron una sonrisa.
Dos miradas tan cercanas como el final de la historia, risas que resuenan entre paredes que muy pronto volverán a ser blancas. Despedidas con el amargo sabor de la obligación. Todo estallando al ritmo de un hasta siempre que no les permiten decir. Aún no se habían dado un primer beso, era un amor de tomarse de la mano e intercambiarse pulseras de colores. A fuerza de adioses les han enseñado que no hay quien entienda nada, sin embargo su historia acaba de comenzar y en sus mentes aún existe la certeza de que puede ocurrir de todo, cualquier cosa... |