Una hija pendiente de su madre:
Mi mamá siempre se quejaba por tener que llevarme y recogerme del cole, ahora creo que estará contenta aunque igual se enfada porque le manché el suelo de mármol.
La adolescente celosa:
Eras mío, tú lo dijiste que no yo ¿y si eras mío qué hacías mirando con los ojos entornados a la dependienta de aquella joyería? ¿puedes explicármelo? sabes que no soporto que mires a otras, ¿lo sabes, no? no finjas ahora, encima, que he sido yo la que te ha colocado esa fea y odiosa bolsa de plástico en la cabeza mientras dormías, no lo finjas y dime ¿tiene algo que ver esa dependiente con el anillo grabado con mi nombre que acabo de encontrar en tu chaqueta? Dime, por favor…dime.
La mejor madre:
Quería que mis hijos crecieran sanos, fuertes mientras les daba el sol y la luna de noche, que lo tuvieran todo y se mecieran con el viento, que fueran felices para siempre por eso los enterré entre las macetas de la terraza.
La anciana devota:
Cuando nos casamos juramos que éramos carne de nuestra carne, que estaríamos siempre el uno junto al otro, en la salud, en la enfermedad…hoy cogí un hacha, la afilé, esperé a que volvieras de la asociación y, escondida en la sombra de la puerta, te lancé un certero golpe en la nuca, después fui cortando cuidadosamente cada uno de tus miembros para meterlos en bolsas de plástico y luego en el frigorífico; guardé tu cabeza, parte de tus genitales, tus pies y manos inservibles para mi propósito; con lo demás me fui al mercado y le aseguré al carnicero que esos, tus restos eran los de mi más hermoso cerdo. Me dio unas pesetas a cambio. Una vez que dijiste que los animales han de morir como animales.
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