Una extraña sensación envolvía a Javier, no quería estar en su casa, no deseaba estar solo.
Llevaba horas tratando de escribir, pero sin embargo las historias lo habían abandonado, se sentía seco y sin imaginación desde que había decidido a convertirse en escritor. Esto le había significado un alto costo. Su familia se oponía tenazmente a esta idea, no aceptaban que a su edad aun no tuviera profesión. Eran personas sencillas, trabajadoras y esforzadas, y no entendían que uno de sus hijos quisiera como opción de vida escribir libros para vivir. Abandonó su trabajo lo cual provocó una crisis en el seno de la familia.
Todo esto sumado a la inactividad imaginativa tenían al pobre muchacho sumido en una especia de amargura extrema.
Desesperado salio de su casa, tenia que buscar en algún lado alguna historia, algo que le hiciera retomar la confianza en si mismo. Sin saber como se vio subido en el metro, rodeado de personas, necesitaba el contacto con la gente, sentirse inmerso en un mundo que para el era tan esquivo. Buscaba en cada rostro, en alguno debería estar la historia que le hacia falta. Repasaba cada mirada, distintas caras, distintas escenas. Pero en todo se dio cuenta de lo mismo, no había nada, sus miradas no decían nada, ojos sin expresión y hasta casi sin vida.
Iría a otro lugar lleno de gente, así que se bajó en una de las estaciones, la que da al centro comercial. Acá estaría lleno de muchas personas, y por lo tanto muchas historias. Se dejó arrastrar por la marea humana, que por inercia caminaba, apretados y sin percatarse unos en los otros. Mientras subía la escalera se entretuvo mirando el trasero de la muchacha que iba delante de él.
Al salir a la superficie el sol tibio de otoño lo recibió. Las personas como poseídas por el consumismo avanzaban presurosas a la entrada principal del mall. Él en cambio caminó lento, observando a las gentes en su ir venir, como almas en pena. En esto estaba cuando una imagen llamó su atención. Su corazón dio un vuelco, latió mas rápido, una repentina emoción lo envolvió. No entendía, era una imagen fuera de contexto, como sacada de otro espacio, no encajaba con el lugar. Pero sin embargo estaba. Aunque nadie percataba en ella, Javier observó que nadie se daba el tiempo de verla, o simplemente la gente la ignoraba. Como era posible que solo el pudiera verla. Pero era real.
Era un hombre de unos cuarenta años, bien vestido, estaba agachado con una bolsa transparente en la mano, en su interior unos dos kilos de alimento para perro. El pobre perro poco acostumbrado a tal banquete comía con avidez, despreocupado que la gente lo pasaba a llevar en su andar. Era un perro hermoso, grande con el pelo largo y amarillo, aunque la dureza de la calle se notaba en él había un aire de libertad. Javier miró esto embelesado. No entendía como alguien en un lugar donde lo que menos importaba era el triste perro, una persona de diera el tiempo de alimentarlo, de darle un poco de cariño.
Era una escena triste, hermosa, ignorada, pero que hablaba de amor, de desinterés, de entrega. Quizá el marco en el cual figuraba no era el indicado, pero estaba ahí, tangible, casi irreal. O lo más probable era que si lo fuera, no para la gente que pasaba ignorante de esto, pero si para Javier. No pudo mas que emocionarse, no pudo mas que sentir un nudo en la garganta, tampoco pudo evitar que una lagrima cayera por su mejilla, y tampoco pudo evitar sentir que por fin después de mucho tiempo tenia una historia que contar.