Madre mía dejo en tus manos
Las rosas sin espinas, el perdón
Sin culpa, el aleluya sin el llanto,
Mi corazón con el gozo bendito
Empapado de su aliento,
Para que cuando lloré por sus ojos
Me arropes con tu manto
Y susurres a mi oído cuanto me
Amas aún sabiendo que me aferro
A la condena de amarlo sin remedio.

Déjame reposar en tu regazo
Y méceme con el ritmo de tu
Amor universal ese que ama
Sin esperas ni finales, que siempre
Protege y concede minutos
De alegría inmensa cuando
Se contempla a la dulce
Luna con su vientre cargado
De pedidos de amores eternos.

Enséñame a amarlo madre mía
Sin preguntas ni esperas
Sin reproches ni condenas
Con el corazón expuesto
De bendiciones y regalos
Pues el alma enamorada
De otra alma nada anhela
Más que la felicidad eterna
De su otra mitad.