Estaba despierta. Cerró los ojos. Los abrió.
Comenzó a caminar sin certeza hasta llegar a su colegio.
Como es habitual fue a su sala, pero al entrar vio que todo era diferente. No eran sus compañeros y amigos de siempre, estaban cambiados, más viejos, ya no hablaban de lo que solían, esas cosas absurdas con las que reían y más aquellas que sonaban muy lejanas.
Salió de la sala para dirigirse rápidamente al baño, se mojo la cara, luego miró en el espejo y tampoco se reconoció, tenía ojos de alguien que recién comienza a conocer el mundo. Entonces sintió unas locas ganas de correr y reír.
Sonó la campana. Arranco antes de ser envenenada, se escondió antes de escuchar diez. Sonó nuevamente la campana indicando el fin del recreo.
Se sentó en una silla que le permitía balancear libremente sus pies, le contaron cosas que jamás había oído y a las preguntas que le hacían no respondía ni con palabras precisas ni claras.
El reloj se movía lento y las ganas de verlo no esperaban.
Llegó el segundo recreo, pero ya no corrió, si no que caminó junto a sus amigas y pasaron junto a ese niño que la hacía sentir esa extraña sensación que en el pasado experimentaba cuando estaba por ser pillada en algún juego.
Sonó ahora el timbre, los pies ya no se balanceaban y la materia la entendía cada vez mejor, pero eso no quitaba que cada tanto la retaran por estar comentando lo de mañana, cuando jugaran a ser grandes.
Las horas pasaron extrañas, rápidas y extrañas hasta que de pronto fue mañana.
Pero ella ya no quería pretender ser grande, sentía que era demasiado.
Trato de recordar de donde ayer sacó la idea de que ser grande sería divertido, no encontraba respuesta.
Simplemente era hoy, y hoy tocaba ser grande. Ya no se podía retroceder.
Entró a su sala como es habitual, estaban sus compañeros y amigos de toda la vida, no cabe duda que eran ellos, pero más viejos. Ya no se preguntaban que quieres ser cuando grande. Ahora hablaban de qué harás con tu vida a partir de hoy, cuando comienzas a ser grande.

“Los pequeños corren tratando de ser luego adultos.
Los adultos se lamentan el no poder ir al ritmo de lo que es caminar, y solo siguen corriendo añorando ser niños y al menos correr despreocupados.”