A estas alturas de mi vida,
que no es tan alta ni tan vida,
sólo deseo un pedazo de queso
fresco para acompañar al pan caliente
de la mañana furiosa
que me despierta con su humo.

Ya no es el mismo puente
ni el mismo río ni el mismo aroma;
ahora respiro un poco más tranquilo
y la cerveza me seduce con otros ojos.

Era ya la noche tibia
que no me dejaba descansar.
Ya fue el turno del largo matorral
que acompañaba insistentemente mi camino.

Ahora, si bien sigo yaciendo,
las esporas de mi isla no me permiten sangrar.
La sangre de mi sangre explora
el laberinto ciego del graznido de
aquella ave misteriosa que aletea y guía cada hoja
que se derrumba en el coral que tejo.

Cada tronco, cada reflejo en el agua,
cada señal de la tierra
comparte su encanto conmigo
y no me pide nada más que les escuche
y los secunde y los sienta.
Lo siento

a mi lado,
en mi sangre y en su sangre
y en su delirio que alegre me mata
y que alegre cojo.

Mi voto es para esta muerte sin música.

A estas alturas,
una sinfonía en silencio
es lo más adecuado.-