Gregory y Audrey
Gregory y Audrey.
Se conocieron y amaron en la Fontana,esa fuente de piedra,por la que circula un agua
que entona los músculos,que hace crecer los cabellos sedosos y brillantes y a la cual uno puede pedirle cualquier cosa con solo estirar la mano y dejar caer unas monedas.
Audrey era la Princesa vestida de empleada.
Y Gregory el periodista desocupado.
Lo pasaban tan bien juntos.
La Fontana,a veces, se vestía de canal,ancho y surcado por las aguas de un verano que volvía del Norte,transformando los pequeños pedazos de hielo flotante en barquillos sin capitán.
Algunas gaviotas se sentaban sobre ellos,y miraban asombradas,a los enamorados.Entonces,Gregory se vestía con un pantalon y un saco claro y esperaba a Audrey.Ella lo pasaba a buscar con su coche nuevo en la esquina de siempre.Rodeaban la Fontana o seguían de largo y se iban.
A tomar el té.
O adonde los llevase el viento..
Luego salían a aspirar el aire fresco de Petersburgo,porque a esas horas en Roma hacía demasiado calor.
Y buscaban cobijo en esos bares,.en esas mesas que se asomaban en las veredas como flores de plástico,serenas,imperturbables.
Martini para dos.
Y un pedacito de hielo del Neva,cerca de la Piazza della Signora.
Luego,cada uno volvía a su casa.El,con sus cabellos en desorden,lógico,Gregory.A su departamento en la Piazza della Maggiore,con vista al Convento de las Hermanas.
Y Audrey,con su pelo recogido con una cinta blanca y muy estirado,con sus cabellos negros como las aguas del Neva,recorria de vuelta el camino de su casa.Cruzaba los puentes de San Petersburgo.Eran tres.Y cada vez que lo hacía,estos se iluminaban: el Primero de rojo pasion, el Segundo de verde esperanza, y ,el Tercero, de azul tristeza.
Audrey nunca le dijo a Gregory que ella era una Princesa.
Pero esa última noche,antes de dar las doce,Gregory, por primera, única y última vez en su vida, fué a esperarla donde ella vivía.
Ella salió del Palacio,acompañada.
Gregory,con su traje claro,la miró como solamente puede mirar un tipo llamado Gregory.
Ella bajó los ojos.
Y pasó por su lado.
El se quedó quieto,muy quieto.
No podríamos decir cuanto tiempo estuvo allí.
Cerca había un bar.Estaba abierto.
Entró y pidió un Martini,qué otra cosa.
Con mucho hielo.
Y se quedó mirando el vaso,mientras afuera otra vez el calor romano enloquecía a la gente de pasiones incontrolables.
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