Mario, ordenado en su hogar hasta la exageración, había heredado de su padre “el amor por los pájaros” En su cuna ya escuchaba a las varias decenas de ellos, trinar desde las primeras horas de la mañana. Fue su dulce despertar, agregado este, por la diligencia de una madre qué todos los días a las 8,30 horas le llevaba el suculento desayuno. Siempre fue así, método en el colegio, La Universidad, noviazgo, casamiento, en fin el pasar de una vida sin contratiempos. Mario ya por los cincuenta y pico continuaba con la misma actividad como Contador en una empresa, ocho horas de trabajo, llegaba a su hogar a la hora señalada por el destino las 18 horas en punto. Al levantarse iba a la Pajarera, dedicaba un buen rato a limpiar ese habitáculo, los pajarillos conocían cada paso, y se alegraban cuando tomaba el gran frasco de alpiste, llenaba las cubeteras y agregaba el agua a los recipientes, Para estas pequeñas aves los instantes más felices de su vida. Para Mario la rutina de lo mismo. A su vuelta del trabajo iba hasta ellos, pero a esa hora no había festín, sólo silencio se acercaba la noche. El imperturbable Mario echaba una mirada, contaba que estuvieran todos y se iba a ver la Televisión.
Una tarde volviendo de su trabajo al pasar por un comercio de pinturas y cuadros enmarcados, le llamó la atención la obra que se mostraba en la vidriera: Un hermoso pájaro de muchos colores en una jaula. Tuvo que acercarse para ver el título, su vista era escasa a esos años. Decía: ¿Porqué?
Mario sintió un escalofrío en su rostro, estaba a dos cuadras de su casa, en un momento creía que no llegaba, un vacío en su estómago, una lágrima que quería brotar; se recompuso a pocos metros del umbral, no fuera que su esposa lo viera desencajado.
La saludó, le comentó alocadamente su estado deplorable que había sentido al ver en esa imagen un retrato de su vida y la palabra cuestionable para él. Ella al verlo tan angustiado le dijo a boca de jarro: ––– ¡Suéltalos!
Mario abrió la pajarera, fue despidiéndolos y sintió una gran liberación. A la mañana siguiente, muy temprano se levantó como siempre para hacer su rutina. Al llegar a la puerta del patio se acordó y ya volviéndose, escuchó el sonido de los trinos. Se abalanzó a la pajarera, estaban todos esperando su comida. Su corazón nunca latió a tanta velocidad. Terminada su faena los animales comieron y luego remontaron vuelo al quedar abiertas las viejas cerraduras.
Hasta la última vez que vi a Mario aún había un par de pájaros que volvían a la pajarera.
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