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Ya estaba sobre mi. Y el millón y medio de espermios azules entrando en mis mancuernas. Mientras él cerraba los ojos, extasiado, y yo buscaba el orgasmo perdido en el agujero negro. Pero una vez más la búsqueda era inútil, y me quedaba estática, inmóvil bajo sus ochenta kilos de delirio.

Abrió por fin los ojos. Los espermios ya llegaban: Los sentía eculubrando bajo mi vientre. El hombre todavía jadeaba. Preferí no mirarlo. Y un espermatozoide ágil, pero impaciente, se decapitaba en medio del camino. Todavía estaba sobre mí, como descansando el cuero, con la espesura del miembro dentro, como si observara en su calidad de cíclope que estaba sucediendo allá al fondo. Abrí los ojos temerosa, sonreí: Se veía tierno posado sobre mi cintura, con los ojos taciturnos y su aliento en el mío.

Mientras tanto, los muchachos, cansados, continuaban su viaje a la Luna. Algunos murieron asfixiados, otros, cobardes y ambiguos prefirieron devolverse.

Acomodé las piernas acalambradas y suspiré cansada. Pero él continuaba sobre mí, y mi cuerpo de sirena se adormecía lentamente bajo el elefante marino. Los espermatozoides corrían de prisa, por lo menos los más rápidos que, bañados en sudor se aprontaban a la meta.

Cerré los ojos abatidas, y el hombre acarició mi frente. Faltaba poco.

Del millón y medio de espermios azules que se embarcaron mar adentro, sólo tres de ellos, de azul desteñido, pasaron la frontera. Pero faltaba todavía lo más difícil... conquistar la isla solitaria.

Abrí lentamente los ojos: el hombre se había quedado dormido sobre mí, y roncaba suavemente.

Mientras que en mis adentros, uno de los muchachos tocaba gentilmente a mi puerta; otro con violencia intentaba derrumbarla, y el último: el más pequeño de todos, buscaba preocupado algún pasadizo secreto.

El hombre seguía roncando. Y los muchachos trabajaban abatidos, pero no conseguían lo que buscaban.

Cerré los ojos casi muerta, al mismo tiempo que los espermios se rindieron y abandonaron.

Intenté mover al hombre, para que despertara. Pero abrió los ojos y me miró complaciente. Lo vi acomodarse nuevamente en mi cintura, y buscar el talle para encajar en mi mancuerna. Me miró taciturno, sonriendo...ya estaba sobre mi y el millón y medio de espermios porfiados listos para empezar...

Texto agregado el 11-05-2006, y leído por 848 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
28-02-2016 Mira que tonta si el título lo dice todo... 6236013
28-02-2016 No entiendo muy bien si era un acto para embarazarse o de amor... De todas maneras lo encuentro espectacular***** Un abrazo Victoria 6236013
27-12-2013 Cierta obsesión por la fecundación...como la tierra en la primera lluvia del verano...más que la mujer...la hembra en su potencia receptiva felipeargenti
18-10-2010 Muy bueno lo del elefante marino, aunque millón y medio es muy, muy poco (tal vez el comercia con DDT?) saludos! achachila
18-01-2010 simpático texto, presentas el sexo como hacer fila en el banco, y en parte un documental de Jacques Coustau sobre la vida y desventura de un cardumen de espermios. NeweN
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