EL PAJARITO VERDE Y EL PECECILLO DE ESCAMAS DORADAS





El pajarito verde vivía feliz en el campo. Todas las mañanas, temprano, iba al pequeño riachuelo de aguas frescas y cristalinas.



Allí bebía un poquito y, posado en alguna ramita de las que caían de los sauces, metía su cabecita en el agua; gozando inmensamente de aquellas abluciones.



Después de comer algunos granitos que encontraba cerca, volvía de nuevo al lindo riachuelo a hablar con su querido amigo, el pececillo de escamas doradas.



En fin, hablar, hablar, como hacemos los humano, no. Pero sí se entendía con su amigo, el pececillo, y con un sapo que por allí moraba, al que le gustaba mucho dar grandes saltos para lanzarse al agua.



Para entenderse con el pajarito, el pececillo ponía su boquita a ras del agua y hacía unas burbujitas. Cuando el pajarito las veía ya sabía lo que le quería decir.



Por ejemplo, si el pececillo hacía tres burbujas pequeña y seguidas, eso quería decir, “Buenos días, pajarito verde, ¡qué alegría verte por aquí!”



Si el pez hacía una burbuja grandota, sólo una, quería decir, “Hoy el agua está un poco fría”.



El pajarito verde, si metía la punta del piquito cuatro veces seguidas en el agua, quería decirle a su amigo, el pececito: “He encontrado una novia y vamos a hacer juntos un nidito”.



Y así, los dos amiguitos, el pajarito verde y el pececito amarillo, se entendían perfectamente.



Ellos eran muy amigos. Y si por cualquier razón, el pececito observaba que, de mañana, su amigo aún no había ido al río, se ponía muy triste y sacaba la cabecita fuera del agua, para ver si lo veía venir.



Al pajarito le pasaba exactamente lo mismo; si llegaba alguna mañana al río y no veía a su amiguito, revolteada, se posaba encima de las piedras o sobre las ramas bajas, para poder ver mejor la superficie del pequeño río. E incluso, metía su cabecita, más de lo habitual, para ver si lo hallaba bajo las aguas.



Cierta mañana de primavera, cuando las flores despiertan bañadas de rocío, nuestro pajarito verde amaneció alegre y comenzó a piar de tan feliz que estaba.



Los pajaritos son felices con luz del alba, con la fragancia de las flores, con la brisa que mece las verdes hojas de los árboles antiguos.



Voló hacia el riachuelo como todos las mañanas; pero antes de llegar percibió, por primera vez en su vida, un hedor nauseabundo.



Cuando llegó a la orilla vio que la corriente limpia y cristalina se había convertido en agua sucia y maloliente.



Voloteó para ver si encontraba a su amigo, el pececillo de escamas doradas, pero fue una búsqueda inútil. Era como si cualquier vestigio de vida acuática hubiese sido aniquilado.



Y no tardo en descubrir algo realmente horrible. Sobre aquellas aguas, otrora cristalinas, flotaban ahora, aquí y allá, montones de peces muertos.



El pajarillo jamás volvió a ver a su querido amiguito, el pececillo de escamas doradas, que murió envenenado, al igual que los otros moradores del riachuelo. Él nunca supo el porqué de tan horrible tragedia, pero yo si lo sé y os lo voy a contar.



Pocos kilómetros, río arriba, se había construido una fábrica que había contaminado sin piedad tan bello riachuelo.



El pajarillo verde nunca se olvidó del día trágico en que perdió a su inseparable amigo. Huyó de aquel lugar maldito y se adentro en lo más profundo del bosque, buscando el olvido y arroyos limpios. Y nunca llegó a saber qué extraños seres son ésos que exterminan la vida y destruyen la naturaleza.



A veces, cuando las flores se bañan de rocío al amanecer, y sopla la brisa que mece las hojas verdes de los árboles centenarios, vuelven los recuerdos de su perdido amigo, de su amado riachuelo, y siente que la nostalgia es una daga afilada que atraviesa su inocente y puro corazoncito.





(J. Martín / 11-5-2006)