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La hombría de Francisco Peña parece estar en juego si no hace nada por arreglarlo, pronto. Desde hace varios meses está muy inquieto por su malestar y desea, con gran vehemencia, encontrar un remedio para ello. Ya eran numerosas las ocasiones en que había buscado una solución definitiva para su problema, pero tal vez eran menos las oportunidades que se le presentaban para hacerlo.

No fue sino hasta que ese jueves por la mañana, mientras tomaba su desayuno, que en el periódico local leyó un anuncio publicado por la Universidad Norteamericana y del Caribe. Se trataba de un estudio que se llevaría cabo en el ala que ocupaba el Hospital General, en el que hacían una evaluación a los pacientes que tenían relaciones sexuales dolorosas. Después de leer detenidamente los particulares, algo en ese texto le hizo renacer la remota esperanza de que pudiese, de una vez por todas, aliviar satisfactoriamente su problema. Se sirvió una taza de café recién hecho, se sirvió un vaso de jugo y colocó unas rodajas de pan en el tostador.

La última vez que trató de conseguir ayuda de un sexólogo en una clínica particular, terminó siendo expulsado. Después de varios intentos por determinar la causa de sus dolores, haciéndole el amor a su pareja de entonces, en formas diversas y posiciones tan variadas como colores tiene el arco iris, los doctores concluyeron que, aparentemente, no existía ningún síntoma o malestar antes del coito, ni tampoco que éste fuera ocasionado durante la consumación del acto mismo como para considerar su estado como el de un paciente enfermo. Por el contrario, Francisco parecía estar muy bien dotado físicamente, y tomando en cuenta su edad, cincuenta y dos años, su actividad sexual era por demás remarcable. Para su desdicha, los doctores no le dieron oportunidad de explicar que el malestar, que con frecuencia le aquejaba, no se le presentaba ni antes ni durante el acto, sino después. Dicha situación resultaba un tanto irónica, dado que estaba en muy buena forma, en cuanto a tener una vida sexual plena se refiere; lo cual representaba para muchos de ellos una condición envidiable, por lo que nunca esperaban a que él terminase con su “actuación” para ver los resultados. Decidieron, por lo tanto, expulsarlo, argumentando que él sólo estaba utilizando las premisas para satisfacer, de manera deliberada y abusiva, sus urgencias desmedidas. Sin embargo, preocupado por las calumnias imputadas, se defendía diciendo que nunca lo dejaban llegar al final de sus explicaciones.

Francisco buscó entre sus ropas un lapicero para circular el anuncio del periódico. Sacó entonces su agenda y buscó en el índice la letra “U” por universidad. Diligentemente y sin vacilar, escribió la dirección, el teléfono y el nombre del estudio en cuestión: “Evaluación de las Relaciones Sexuales Dolorosas: causas y consecuencias”. Al final de la palabra “dolorosas” colocó un asterisco, remarcándolo varias veces para asegurarse de que no pasara inadvertido. Al pie de la página de la agenda, escribió una breve explicación, encerrándola entre signos de admiración: ¡estudio remunerado!

Tomó entonces el teléfono y marcó el número indicado en el anuncio y pidió que se le comunicara con la persona encargada del proyecto, la Dra. Flores. Después de dar la información sobre sus reseñas particulares, procedió un ir y venir de preguntas de rutina relativas al estudio.
—Bien señor Peña, entonces lo esperamos mañana a las 10:30am. ¿Tiene ya la dirección?
—Sí, claro. Lo acabo de confirmar con la recepcionista. Ahí nos veremos entonces.
—Me parece bien. No olvide venir con su pareja, por favor.
—Por supuesto, Dra. Flores. Haré los arreglos necesarios, no se preocupe. Ahí estaremos sin falta.

Francisco se despidió cortésmente de la doctora. Después volvió a su agenda y, buscando entre las páginas, encontró el número que deseaba y marcó.
—¿Soraya?
—Ah, otra vez tú—inquirió la voz femenina al teléfono.
—¿Nos podemos ver mañana temprano?
—¿Por qué insistes tanto?
—Cariño… Creo que sabes el porqué. Sabes bien que me gusta estar contigo.
—Sí, lo sé. Pero cada vez que estamos juntos, todo termina en discusiones, inútiles diría yo. Al principio todo parece estar bien, pero al final, todo cambia. Tú cambias. Pareciera que nunca quedas satisfecho conmigo. Y francamente, esa situación no me gusta… para nada.
—No te preocupes. Esta vez he encontrado una buena ayuda. Además, el dinero no es problema, tus serás recompensada por tu tiempo. En cuanto a mí, creo que ese tiempo me será benéfico para solucionar, de una vez por todas, mi problema.
—La verdad no sé. Déjame ver mi agenda…
—Bien. Espero en línea entonces—dijo, mientras saboreaba su taza de café, aún humeante. Procedió a destapar el frasco de jalea de frambuesa; sacó un cuchillo y comenzó a distribuir metódicamente la jalea sobre el pan tostado. Estaba haciendo tiempo, lo suficiente para que su compañera verificara su disponibilidad. La voz femenina volvió al teléfono.
—Bien, estoy libre en la mañana, pero sólo hasta las once. ¿Está bien?
—¡Perfecto! Paso por ti a las 10:00 a.m., en punto. ¿Crees que podamos pasar el fin de semana juntos, después que haya pasado todo esto?
—No lo sé. Depende de “como te comportes”.
—Me parece bien. Paso por ti entonces—colgó el teléfono.

El día transcurrió tranquilo. A pesar de que no tenía que trabajar esa semana, trataba de mantenerse ocupado haciendo algo para distraerse, pero en su interior aún sentía un dejo de preocupación. ¿Será que esta vez encontraría la solución a su problema? “Tal vez”—pensó. Al menos eso era un poco más realista que sacarse la lotería. Con dinero podría hacer más, y mejores cosas, sin duda. Al meterse a la cama, se aseguró que todo estuviese preparado para el día siguiente: su agenda, las llaves del auto, su ropa bien planchada, la casa en orden. Tomaría una ducha temprano, se afeitaría y usaría la loción para después de afeitar que “a ella” tanto le gusta “Swiss”.

La puntualidad no era el mejor atributo que Francisco tenía, pero esa mañana del viernes pareció ser la mejor muestra de su estado emocional actual, y de sus expectativas. La Dra. Flores, encargada del proyecto, recibió a Francisco en su oficina, Soraya se quedo en la sala de espera, un tanto sorprendida por estar en ese lugar desconocido para ella. Al regresar, Francisco la condujo por una serie de pasillos hasta la de observación. En otra parte del edificio, el equipo médico estaba terminando de preparar todo. Había otras parejas que participarían también del estudio un poco más tarde.

El pequeño saloncito destinado a las parejas tenía un decorado simple, pero acogedor, pues invitaba a tener unos momentos de intimidad, muy propio para el desarrollo del estudio. Había una par de mesitas de noche al lado de la cama, un equipo de sonido en una de ellas y revistas para adultos en la otra. Frente a la cama se encontraba un espejo, grande. La luz tenue. Del otro lado del espejo, el equipo de doctores monitoreaba las pantallas de televisión que reproducían las cámaras instaladas estratégicamente en la habitación. La asistente de la Dra. Flores buscaba, dedicadamente, información sobre los participantes en los archivos generales de las clínicas y hospitales de la localidad. Quería asegurarse de que éstos no hubiesen participado en estudios anteriores, lo que podría falsear los resultados del que estaba en curso. Mientras tanto, la pareja empezaba a ‘trabajar’ en el asunto, mientras el resto del equipo filmaba las escenas.

Las imágenes comenzaron a registrarse. La secuencia de los eventos se desarrollaba sin parsimonia por parte de los participantes. Por el contrario, cada movimiento, cada iniciativa, cada muestra de ingenio y versatilidad, parecía despertar emociones, no previstas, entre los observadores. El ritual erótico duró unos treinta minutos, llenándolos de interrogantes durante el transcurso. Y éste culminó con un estallido de júbilo por parte de Francisco La consecuente pregunta se dejó escuchar por medio del pequeño micrófono.
—Señor Peña. Sinceramente los felicitamos por su… esfuerzo. Estamos revisando la grabación. Se pueden vestir mientras tanto. Francisco miró al espejo e hizo un ademán, su cara denotaba cierta satisfacción. Soraya, por su parte, frunciendo el seño, miró interrogante a su pareja mientras se cubría el cuerpo desnudo.
—¿Me puedes explicar que significa esto?
—Es para curarme de mi problema ¿No te lo dije?
—Bueno, yo siempre he sabido cual es tu problema. Pero no entiendo por qué me trajiste a este lugar… y encima, que alguien nos haya observado mientras lo hacíamos.
La discusión entre Soraya y Francisco de pronto se tornó acalorada. Los científicos verificaban una y otra vez la grabación, de principio a fin, para ver en qué momento era que se presentaba algo que indicara la presencia de algún dolor… no parecía haber tal. La voz de la Dra. Flores se escuchó de nuevo en el micrófono.
—Señor Peña. ¿Todo bien entre ustedes?
—Sí Dra. No se preocupe—contesto de inmediato Francisco, ante la mirada atónita de Soraya.
—La verdad es que, sí, me preocupa. Pero dígame, ¿en qué momento es que se manifiesta su malestar?
—Bueno, generalmente empieza con un ligero zumbido en el interior de mi cabeza, antes de… hacer eso. Es cierto que a veces eso tiene un efecto deshinibidor, por lo que no me quejo. Al contrario eso me excita.
—No entiendo entonces en dónde esté el problema, Sr. Peña.
—Bueno, otras veces se presenta después de una discusión acalorada.
—¿En qué momento preciso es que se le presenta el dolor entonces?
—Después de una discusión como la de este momento ¿Ve usted? Más tarde es que el dolor de cabeza se torna demasiado intenso, torturante.
—No veo la relación de su dolor, con lo que se pretende en este estudio.
—Pues ya le estoy explicando…
—Creo que no le entiendo, Sr. Peña. ¿En qué momento exactamente?
—Bueno…—decía titubeando, mientras se rascaba la cabeza. Pues… por desdicha, el dolor se me presenta después de hacer el amor, justo a la hora de pagarle a mi pareja… por sus servicios.

Texto agregado el 10-05-2006, y leído por 270 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
30-07-2006 Todo me parecio muy bien y el final no lo esperaba, pero no me gusto mucho. Solo soy yo. No lo tomen tanto en cuenta. Garvas
14-07-2006 jajajaja, genial, realmente pensé cualquier cosa, menos eso. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
11-05-2006 Jajaja!!! pude imaginarme mil cosas, excepto la que pasó. Magnífico en ese sentido! ***** mirandapaez
10-05-2006 Me pareció muy bien contado y fácil de leer (es simpático y divertido). Creo que sobra "esto representaba una condición envidiable para su edad". A mi juicio el final cae un poco y desmerece el resto del texto. CK CocinasKenia
10-05-2006 jajajaj que bueno, muy bien***** eslavida
 
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