El recuerdo
estuvo acechando todo el día
desde el aire,
a veces dejando deshacerse
para volverse a construir
sin bordes ni orillas,
como si viniera de la brisa
o del viento
o de la luz.

Pero ahora,
después de caminar por la noche
azul y fría,
vuelve más intenso,
y cierra y aprieta sus contornos,
hasta hacerse sólido
como una realidad que ya no está,
que parece casi cierta,
pero que es pequeña
y distante.

Vos y yo
vueltos a mirar
a la distancia,
en la limpia claridad de la noche
pero en el sopor
de los sentimientos
que no logro vencer
ni dejar de palpar,
no somos algo distinto
a una ilusión vivida en vano,
a una ligera llovizna pasajera,
a un capricho cruel del universo
que nos eligió para vivir
una historia inhóspita y estéril
de la cual no consigo escapar.

No somos más
que cicatrices del corazón
que se abren y cierran
a cada instante,
que se llenan y vacían,
recovecos y ranuras
que se hacen y deshacen
trayendo y llevando
con el recuerdo
tristezas y alegrías.

Por que acaso
en esta dolorosa soledad nocturna
lo que alcanzo a comprender
es que el amor
solo es verdadero
cuando sabe quedarse quieto
y detener,
perpetuando para siempre,
aquél instante
en que se asoma
más allá de la carne y el alma
para volverse
el único sentido de todas la cosas.

Aquél instante
en el que vos y yo
no supimos
(o no quisimos, quizás)
detenernos.