El sonido del viento volando entre los árboles, los pájaros cantando hermosas canciones, las ardillas revoloteando por los árboles, y una parejita de cervatillos jugueteando al lado de mi ventana, es gracioso, me recordaban a mí en mi niñez… Gracias a estos simpáticos animales, desaparecieron esos días monótonos y llegaron esos días tan deseados tan amenos, y de repente empezaba a escribir poemas alegres, poemas que hacían justicia a mis emociones, ya no eran esos poemas melancólicos y de tristeza otoñal (algunos de ellos citaban ángeles y otros paisajes hermosos).

Pasaron los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses, las estaciones, los años, las décadas…, la vida había cambiado mucho, los hombres se instalaron dentro de mi casa, el sonido del viento partía los árboles medio muertos, y miles de cadáveres yacían en mi manto, mi verde murió y con ella volvieron los poemas melancólicos y desoladores. Rezaba al cielo, rezaba que me destruyeran, tal fue mi desesperación que seque el valle. Los peces muertos mis lágrimas, los árboles muertos y los animales asesinados mi odio y esos pobres animales mutilados mi herida de muerte.

¡Todo pasó tan rápido!, ¡mi verde ahora era pálido!, ¡mi alma murió! ¡y mi hermosa voz desapareció!, ¡había muerto!, pero la tormenta ahuyentaba la oscuridad que había dejado.

PD: El amor crece y muere, pero como el Ave Fénix acaba renaciendo de sus propias cenizas.