The black dress lady
Aquella noche atravesó el salón enfundada en un guante negro, que le atrapaba cada pedacito de su cuerpo. Presa en aquella larga superficie de raso negro, un crush, crush, emanaba de su cintura cada que se desplazaba sobre los stilettos verde manzana, con leves destellos de brillantes en sus empeines, escogidos para la ocasión. La rubia crin se bamboleaba en el centro de su cabeza, donde no hacia falta corona- Era reina por derecho, así lo confirmaba el aroma soberano que iba dejando a su paso. Un solo hombro se asomaba desnudo y dorado besado por el polvo que caía sobre su humanidad.
La música comenzó a inundar el recinto, decenas de parejas corrieron a llenar la pista. Los ejecutantes de la música, se entusiasmaban con el fervor de los bailantes. Con ritmo vertiginoso, los instrumentos reproducían viejas melodías que daban paso a complicados pasos ejecutados en la cabeza de ella, deleitada mirando como otros acompasaban sus siluetas. Los pies se le iban más allá de la voluntad. …¡Cuanto esperaba el momento de levantarse de esa silla con su copa burbujeante de champaña, tomar la pista y hacerse dueña del baile. A eso había venido ¿no? A festejar el milagro de la vida, pero sobre todo a danzarlo - Sus ojos corrían tras el recuerdo de un trece de enero. Su cara la delataba. Sonaron las mismas canciones que esa noche cuando aquel se cruzó por el dintel de su vida.
¡Salud por todos, libro por cada momento feliz y no tanto que me ha tocado!, se dijo a si misma en un monólogo interno. ¡Salud por el milagro de estar allí! Ahora sus dedos envueltos en discretos aros de piedras tamborileaban sobre la mesa. No se percató del momento cuando sus hombros marcaron la melodía. Entonces ocurrió el milagro: de su cercanía, un caballero muy solicitado por las ansiosas bailarinas, venido de la región de Nápoles, tabaco en mano, cabellera de plata y vino tinto en la sangre, le ofreció su brazo y ella con discreta alegría, se colgó.
La dama del vestido de guante negro, ceñido como el abrazo de El que la rodea así con sus brazos fuertes y la engulle, llevada por el distinguido caballero del vino tinto, tomaron la pista, al principio fueron torpes, no conocían el ritmo interno que llevaba cada cual. Pero a medida de la entrega y la confianza, se hicieron un solo compás.
-Baila usted muy bien, apuntó él con una caballerosidad ancestral, que a ella le sonó familiar…Sólo sé que para bailar es necesario seguir el latir de quien le conduce, acotó, ella …Al paso de la noche no hubo más traspiés, la sonrisa se asomó en sus rostros. Una dos, tres piezas de baile. Vueltas, piruetas, solos, dúos, algunas osadías nunca probadas, retando al equilibrio, el cielo a los pies. Valses, pasodobles, un viejo merengue, una conga ancestral…Danzar y no pensar. El set se había prolongado, los stilettos, hicieron el trabajo a la cortesía. El caballero de plata luchaba contra sus años, ella lo intuía en su jadeo incipiente, que a empujones pretendía ignorar. No puedo con su ritmo Don, es usted un gran bailarín, me ha complacido mucho compartir esta pista. “ Por mi hubiera bailado toda la noche, pero ya que está tan fatigada, no puedo obligarla a seguirme el paso…”
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