Mi mamá no me quiere mandar a pintar el cuarto. Yo podría pintarlo con mis amigos, pero necesito que raspen las paredes: ese es un trabajo que nosotros no sabemos hacer. Para que mi mamá se decida a raspar las paredes, el trato es que yo debo arreglar mi cuarto.
Yo siempre arreglo mi cuarto, más o menos cada tres días lo arreglo, y al otro día ya es un desastre. No lo puedo evitar, soy desordenada, pero eso no quiere decir que no sepa donde están mis cosas. Pero mi mamá siempre anda peleando por mi cuarto, que entró a mi cuarto y no supo donde poner nada, que fue a buscar tal cosa y no supo donde buscarla, que abrió la gaveta y le cayó todo encima.
Yo no entiendo por qué le pasa esto, yo encuentro todo. De hecho, cada 6 meses, más o menos, arreglo mi cuarto profundamente. Es decir, cada vez que tengo vacaciones largas o cuando termina un semestre, saco los cuadernos viejos y los meto en el closet que tiene llave, donde guardo lo que escribo y mis maletines de recuerdos y mis zapatos y bolsos, porque a fin de cuentas, nadie necesita tantos zapatos, ni tantos bolsos.
Claro, en estas limpiezas profundas, siempre, además de los cuadernos, se cuelan facturas, papeles importantes, fotos, hojas de inscripción, constancias de notas, etcétera y cuando pasado un mes, me piden esa hoja de inscripción/factura/constancia para un proceso de registro o actualización de datos que posiblemente marque mi trayectoria de estudiante universitario o profesional… nunca puedo encontrar lo que me piden porque fui obligada, en aquella sesión de orden, a cambiarlo de lugar.
De resto, a pesar del desorden, siempre encuentro mis cosas. Cuando mi mamá necesita una receta de medicina vieja, me pregunta A MI por ella. Cuando necesita la factura de uno de los mil celulares que hay sin uso en mi casa, me pregunta A MI por ella. Cuando necesita que le guarden dinero para ocultarlo y no gastarlo, me lo da A MI. Por supuesto, cuatro o cinco meses después, me lo pide y el dinero está en el mismo sitio, intacto, porque en mi cuarto cada cosa tiene un lugar adecuado que le corresponde. Por eso yo de verdad no entiendo por qué mi mamá tiene tanto afán por que yo arregle mi cuarto.
Es preferible que no se meta con mis cosas. Ella sabe que no tengo nada que ocultar en mi cuarto, aparte de unos cuantos textos y diarios personales que no tiene ningún interés en leer.
La única grave consecuencia que debo sufrir por no arreglar mi cuarto, es que no lo limpien. Esa es la amenaza de mi mamá, pero las muchachas de servicio suelen ser muy chéveres y por eso, el día antes de que ellas vengan, yo arreglo mi cuarto por encimita y ellas lo barren, lo sacuden, lo desempolvan y queda habitable.
Tampoco vayan a creer que mi cuarto es un desastre natural, no es zona huracanada ni algo por el estilo. Simplemente tiene un montón de discos en la mesa de noche, sin cajita -los copiados-, con cajita -los originales-, a veces el DVD robado de la sala, mal puesto, por supuesto… ropa en la silla de la computadora, y un montón de cosas que no van en mi cuarto o que no deberían ir, pero no las he metido yo. Es de esperarse, entonces, que mi cuarto parezca zona en construcción.
Un día se cayó la cama y quedaron los dos colchones en el piso, uno sobre otro, y yo era feliz. Mi cuarto me ha ayudado a desarrollar la maravillosa capacidad de sentirme cómoda en medio del caos.
Yo le digo a mi mamá… “mami, si no te gusta mi cuarto tráncalo cuando venga visita y ya, ni siquiera es un sitio de tu casa en el que tengas que estar metida”. Ella no había terminado de comprender (ahora sí lo entiende un poco) que ese cuarto es mi refugio, porque en la casa siempre están pasando cosas y cuando yo me meto ahí, puedo estar sola, con lo que me gusta estar sola, leyendo, escuchando música o acostada en la cama pensando. Además, es un importante instrumento a la hora de afinar mi sentido del oído: cierro los ojos, cierro la puerta y formo mentalmente una banda sonora reconociendo sonido por sonido, lo que está pasando en mi casa y afuera. Por algo puse estrellas en el techo; las puedo ver de día o de noche, y sobre todo a las 6 de la tarde, con la poquita luz que entra por la ventana y el techo pintado de celeste, todo se ve muy bonito.
Eso es otra cosa que no entienden… que a veces, por mucho que los quiera a todos, quiero estar sola ahí, sobre todo si son las 6 de la tarde, o las 12 del mediodía y sobre todo si es domingo o miércoles. Y no entienden el cartelito de “por favor no molestar” que está en la cerradura de mi cuarto. Lo ven, lo leen, pero no entienden el mensaje. El pobre se ha empezado a sentir como uno de esos mejores amigos al que uno nunca nunca mira con ojos de deseo, y yo me siento como John freaking Lennon cuando compuso Help y todo el mundo la oía, la cantaba y nadie escuchaba sus gritos de auxilio y su código que ni siquiera era Morse.
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