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Pasaje untuoso

El estrecho pasaje que conduce a la pieza donde vive Amalia ha sido pintado por el manoseo de más de cien años. El ruinoso cité ha servido de hospedaje a familias sin medios para tener un lugar propio donde vivir, sus ingresos provienen casi siempre de la mendicidad callejera o algunos pesos que reciben por el lavado y cuidado de autos. Para esto les ayuda la ubicación del cité, que a través del tiempo ha ido quedando al centro de la ciudad. El derecho a ocupar la pieza de los antepasados es, para los moradores, la única herencia a la que pueden aspirar.
Cuando Amalia sale a la calle es capaz de identificar cada mancha nueva que asolape la anterior. Sus ojos quedan cubierto con un velo graso que la protege del haz despreciativo de las miradas que la reciben cuando pisa la vereda.
Amalia se detiene frente a las vitrinas ubicadas a la vuelta del pasaje, ahí donde refulgen vidrios y metales ella sólo ve opacidad. Ya cuando iba a clases y se acercaban los otros estudiantes ella descubría tizne en los puños de las blusas de sus compañeras. Cada vez que un hombre se acercaba ella le veía asomar vetas mantecosas que, a su parecer, sólo mostraban el inicio de una mugre interior, cada una de estas vetas daba inicio a un pasaje idéntico al del cité, sentía necesidad de alejarse y corría a su pieza, esperaba el turno del baño para lavarse los ojos y limpiar esa cortina que le mediaba con asco su contacto con las personas y cosas.
Un día que Amalia lavaba un auto, la dueña, una mujer mayor, la invitó para trabajar en su casa. Ella aceptó. Estaba cansada de las insinuaciones aceitosas que le llegaban cada vez que recibía una propina. En el trayecto la mujer dueña del auto le contaba que tenía una casa de dos pisos, con jardines, en la cual vivía sola y que necesitaba alguien que se encargara de la limpieza y que también le hiciera compañía. Amalia se ofreció para trabajar en lo que ella creía que conocía más: el aseo.
La dueña de casa le pidió que contratara gente para esa tarea y que mejor ella la acompañara en sus ratos de soledad y que permaneciera siempre en la casa esperando su llegada.
Al otro día en la mañana Amalia se paro al medio del cité y con fuerza gritó: «hay trabajo para todos, vamos.»
Llegaron a la casa: hombres, mujeres y muchos niños.
Cuando el grupo comienza a sobajearse en las murallas, Amalia los reúne para organizar el trabajo. Les ordena : «la casa debe quedar brillante, igual a nuestro pasaje.».

Texto agregado el 09-05-2006, y leído por 120 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
10-05-2006 Creo que el cuento es muy original y está contado con soltura (desconocía la palabra cité). CK CocinasKenia
 
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