Escucha de pronto un sonido extraño. La melodía proviene de la tapa de un lapicero. De un lapicero negro, comprueba al voltear, distrayéndose de aquello que intenta comprender. Él emite sopliditos desde su boca hacia la tapa de su lapicero mordisqueado. Él interrumpe la clase sin querer y mueve la pierna derecha al compás de los sopliditos que salen de la tapa mordisqueada de ese lapicero negro. Ella estupefacta no puede evitar mirarlo, como se mira un meteorito que acaba de caer en medio del jardín. Los rulos le caen en las sienes y le tapan la visión de unos lentes cuadrados y grandes.
Parapara pam parapara pam! La cadencia perfecta la hace sonreír. Ya a lo lejos se escucha la voz del profesor. Él está concentrado en su trabajo, la pierna derecha que golpetea el piso, los sopliditos interminables. Reconoce la canción, justo la canción que llevaba en mente hace unos instantes. Siente una imperiosa necesidad de cantar.
Sabe de una vez por todas que ambos son hiperactivos. Que han aprendido a moverse de otros modos. A mantenerse quietos sin estarlo. Genial! , susurra sin que nadie la escuche. Ella no ha soltado su lápiz verde y lo aprieta al saber que él es también zurdo. Comprende mejor lo de la pierna derecha. Busca el callo delator en el dedo medio. Sus dedos son largos, la uñas están hechas trizas. Se las come, piensa.
Siente que tienen mucho que decirse sobre la terrible experiencia de adaptación al mundo diestro. Sobretodo aquello de sentirse extraño escribiendo de izquierda a derecha, de su mala letra, de no ver lo que uno pone sobre el papel por la gran pose del brazo. De ser un desastre.
Desea con todas sus fuerzas que él la descubra. Que sepa que es tan zurda, tan hiperactiva como él. Que tienen en mente la misma canción. Que si bien ella no toca lapicero alguno, hace dibujos en sus cuadernos cuadriculados. Que sabe cantar sin ritmo alguno, esas canciones que está segura le gustan. Que su palabra favorita es genial! Y se la ha dedicado.
Muere por meter sus manos en sus rulos y ponerle los lentes al revés. Que quiere bailar al ritmo de su melodía lapiceril. Pero sobretodo quiere robarle a aquella tapa esos sopliditos.
No sabe hacerlo por supuesto. Pero encuentra mejor forma.
Comienza trazando los lentes cuadrados, luego los dedos largos, los rulos que caen. Su chompa azul y sus zapatillas negras. Cada detalle lo enmarca su mano izquierda y su lápiz verde. Casi al final imprime el lapicero y la melodía que suena así: Parapara pam parapara pam! Al fondo del papel se dibuja a sí misma bailando, con su pelo ondulado lleno de nudos, con su cuello largo, y sus ojos que no dejan de ver al que compuso la melodía : Parapara pam parapara pam!
El profesor concluye. Recomienda algunos libros. Anuncia un examen. Ella desespera. Él se detiene y mete sus cosas en la mochila. Ella se para, arranca la hoja del cuaderno y lo pone sobre su carpeta. Lo mira un rato más, solo por si algo saliera mal. Y sale dando saltitos como si escuchara alguna canción lejana.
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