El sol brillaba más que nunca sobre la alfombra verde del prado de los cerezos. Desde pequeño siempre me escapaba de casa para poder tumbarme y recibir aquellas caricias que el astro rey me dedicaba. Cuando llegaba al prado todo lo negativo y oscuro que me rodeaba desaparecía, mi imaginación de niño se sumergía en un universo fantasioso donde me convertía en un príncipe que luchaba contra los ogros de las ciénagas, me enzarzaba en mil batallas y finalmente destronaba al gran Rey Ogro expulsándolo de su reino y convirtiendo aquellos pantanos en la continuación del manto verde donde florecían mis sueños.
El tiempo fue pasando y la imaginación infinita que poseía se fue empequeñeciendo, fui notando que la extensión era cada vez más finita y menos ilimitada así que, como resultado, descubrí al verdadero Ogro que debía vencer para conseguir la verdadera felicidad.
Nada más lejos de mis fantasías el problema derivaba de un rey y un príncipe en lucha, el rey tirano maltrataba a todo el mundo que daba su vida por él, menospreciando e insultando sin ningún sentido y yo, príncipe, en vez de luchar me escabullía en mi pasotismo sin hacer nada. Ambos éramos culpables de la situación de opresión que sentía aquella Reina que me dio la vida.
El temor a convertirme alguna vez Rey Ogro me congelaba los sentidos y me hacía sentir un ser impotente, una sensación de ahogo me inundaba cada vez que alguien me decía que me parecía mucho a mi padre o, peor aún, que era igual que él.
Buscaba a aquel príncipe valiente dentro de mí y sólo encontraba oscuridad y frío. Prisionero de los sentimientos de miedo, asco y desprecio por mi propia persona jamás me atreví a comenzar la batalla.
Hasta que un día ya no aguante más, mi madre me volvió a explicar como se sentía, y, esta vez, en lugar de hacer lo de siempre, ignorar y dejar que pasara el tiempo, pude desahogarme en el hombro de una Princesa. Sus ojos verdes y su voz dulce me fortalecía de tal modo que decidí empezar la batalla, plantar cara a aquel Ogro que aun siendo mi padre no podía reconocerlo, puesto que toda su existencia se basaba en provocar el llanto a las personas que más amaba.
Sabía que el enfrentamiento sería largo, que no resultaría fácil destronarlo, pero también sabía que estar más cerca de mi madre y tratarla con más cariño sería útil y beneficioso para ella. Hacerla feliz seria hacerme feliz a mí también y de esa forma derrotaría a mis miedos y a aquel Rey.
|