POR LA BOCA DE LA ALCANTARILLA
Lo que voy a relatar ocurrió hace ya muchos años.
Era el mes de julio de un cálido verano, y supongo que haría calor, pero en aquel tiempo el calor no era como el de ahora, era más llevadero.
El caso es que yo entonces era apenas un jovenzuelo, o menos aún que jovenzuelo.
Había quedado con mis amigos para realizar una excursión a las afueras de la ciudad, pero cerca del barrio en donde vivíamos.
No sé a quién se le habría ocurrido la idea, pero el caso es que nuestro plan consistía en internarnos por el interior de las alcantarillas.
Como una de ellas desembocaba en un pequeño riachuelo, la idea era entrar por allí.
Llegamos al lugar indicado en menos de una hora y, equipados con linternas y botas de agua, iniciamos nuestra aventura.
Avanzamos por la fétida y nauseabunda galería, alumbrada por nuestras linternas.
¡Aquello nos parecía la aventura más impresionante en la que hubiésemos participado jamás!
Pero al cabo del tiempo, aquel conducto se bifurcó, y volvió a bifurcarse… y cuando nos quisimos dar cuenta no dábamos con el camino de retorno.
Como luego de varios intentos no acertábamos en la dirección correcta, decidimos separarnos por ver si al menos alguno diera con el camino de salida y avisase a los demás.
Medida razonable donde las haya, pero al final ocurrió que terminé más perdido que antes, y para colmo de males tampoco daba con mis compañeros.
Ya empezaba a desesperarme cuando vislumbré la solución y decidí poner manos a la obra.
Me encaramé, escaleras arriba, por uno de los pozos que subía hasta la tapa de una alcantarilla, la empujé con cuidado y terminé saliendo al exterior.
Mas hubo un problema, un serio problema. Desde que salí por la boca de aquella alcantarilla, mis amigos ya no son mis amigos, mi casa ya no es mi casa, y yo: yo ya no soy yo…
(J. Martín)
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