El muerto moría despacio. Todos los otros muertos le observaban en medio de oscuros sueños como esperando algún día en despertar. En aquel lodazal de pensamientos y recuerdos había paz, quizá demasiada paz, mientras el hombre moría despacio, muy lento que hasta el silencio de los otros muertos parecía respirar al compás de la bruma... De pronto, el resplandor de todas las almas liberadas encendió aquel proscenio. Y un ave caído o bajado de un extraño cielo voló alrededor de todos las estatuas de los dioses y de lo vivos. Y cuando el muerto ya entraba al paraíso de los muertos, se oyó, a lo lejos, y muy bajito, los pasos arrastrados de un anciano que con un báculo dorado y brillante como un sol, alejaba a todo pensamiento y recuerdo del muerto...
- Bienvenido, le dijo el anciano al muerto.
- ¿Estoy al fin, muerto...?, preguntó el hombre.
El anciano le miró a los ojos, y luego, se le acercó lentamente hasta llegar a tocarle la cara a través de sus nudosas y cansadas manos. Le besó al hombre en los labios, y el muerto, comenzó a vivir nuevamente...
San isidro, mayo del 2006
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