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Esencia de lo que existe.
(a la hora del tiempo).
El agua rompe contra las rocas, empujada por la fuerte corriente de viento y ese es el único sonido que inunda el lugar. La costa está desolada. El ambiente es una inmensidad de agua y minerales macizos. La soledad está presente. El cielo funde celeste y gris en una paleta con restos de otra infinidad de colores. Una de las dos personas que está en el lugar respira un aire liviano y puro. La otra no respira. Ambos están mojados por la llovizna que produce el brusco rompimiento del mar.
Yace en la roca más baja con el cuerpo en sus brazos. No hay lágrimas, no hay tristeza. No hay expresión en su rostro más que una mueca de atención. Un examen exigente de aquello que descansa sobre él. Acaricia su pelo, su rostro. Pero en ese cuerpo no hay vida. El viento responde con fuertes ráfagas. Toma su mano entrelazando los dedos. El corazón se acelera. Pero él se limita a observar. Pone toda su atención. Los brazos comienzan a sentir un leve cosquilleo producido por el cansancio. No hay tiempo, pero sabe que hace ya más de ocho horas que está allí. No recuerda cómo llegó. No recuerda quién es esa persona que lo acompaña. La besa en los ojos, en la mejilla y en los labios. Éstos se le antojan fríos y más húmedos que lo esperado. Le suelta la mano y comienza a acariciar su brazo. Un suave movimiento que apenas roza con uno o dos dedos a aquel cuerpo. Aprieta sus brazos presionándolo. Su corazón se relaja por un instante. Y comienza a sentir placer.
Una hora. Seis horas.
El tiempo transcurre aunque no existe.
La oscuridad comienza a cubrir el lugar. El viento ruge cada vez con más fuerza. El agua rompe cada vez con mayor intensidad y salpica más alto. La furia de la naturaleza se hace presente. El temporal se desata. El final comienza.
Aún sin comprender muchas cosas, el hombre no se mueve ante la amenaza constante del agua. Ambos cuerpos están empapados. Una ola enorme los cubre y agita. Pierde el equilibrio, pero logra sujetarse a al roca. Toma a la mujer con más fuerza. No quiere que el mar la lleve. No quiere perderla. Le quita el pelo del rostro y lo deja desnudo. Lo observa un instante y por primera vez en un largo tiempo lo encuentra agradable. La luz de la luna le ilumina los ojos entreabiertos. A él le resulta agradable. Vuelve a besarla en los labios. Otra ráfaga de viento los agita, pero mantienen el equilibrio. Entonces ella respira. Pero está muerta, siempre lo estuvo. Aunque respire. Él la observa con más atención. Su rostro está pálido por el frío. El pelo negro, largo y lacio, se agita al vacío. Él se dispone a besarla una vez más cuando con un movimiento casi imperceptible ella abre los ojos. De par en par. Y lo mira fijo. A la luz de la noche, se le antoja tan tétrico como maravilloso. Otra ola los golpea pero esta vez con una fuerza desmedida. Perdido en sus ojos, tambalea y cae al mar. Ya no la tiene en sus brazos. La busca desesperadamente bajo el agua. Pero la corriente lo lleva hacia adentro y hacia fuera. De un lado a otro. Él lanza sus puños intentando alcanzarla. Pero no la ve. Y el agua lo revuelca otra vez sobre sí. Algo lo toca en un costado. Se precipita esperando ver algún pez hambriento. Pero está muy oscuro. Allí no hay nada. Sólo oscuridad. Entonces utiliza sus manos y advierte una herida. Justo por encima la cadera. El pez es grande. De la herida manan chorros pesados de sangre. Las piernas se debilitan y otra corriente lo deja con las piernas hacia arriba. Con un movimiento brusco logra recomponerse. Alcanza la salir a la superficie y tomar aire. Pero no tiene fuerzas. Está débil. Las rocas están lejos. Apenas si puede verlas. El mar lo lleva hacia dentro. Intenta sumergirse, pero el cuerpo no le responde. Y sus ojos se paralizan al ver la sombra de aquella mujer. Ella sube los acantilados. Apenas si se da vuelta para verlo alejarse y vuelve a trepar las rocas. La sombra se aleja, y su cuerpo vuelve a ser disperso por la fuerza del agua. No logra incorporarse. Pero sigue con vida.
El mar lo lleva más adentro.
La sombra no está.
Ya no recuerda cómo llegó allí abajo. El tiempo no existe. Toca su herida y de allí aún mana mucha sangre. Comienza a sentirse mareado y ahogado.
Y el mar, una y otra vez, sigue llevándolo adentro.
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Texto agregado el 09-05-2006, y leído por 96
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