El resistir a una fuerza sometedora propicia el advenimiento de un nivel de energía similar al de la fuerza sometedora a la que le hacemos resistencia. La fuerza sometedora impone su energía sobre nosotros con la intención de que cedamos a su poder, pero, no cediendo y resistiendo, no a la imposición de la energía de la fuerza sobre nosotros, más sí al ceder en sí, dicha energía de la fuerza sometedora produce en nosotros una contra energía que es nuestra energía. Por lo tanto es imprescindible que la fuerza sometedora pueda actuar sobre nosotros, que se afinque sobre nosotros y que nos aprovechemos de ello sin ceder. Pero, si esa fuerza sometedora o que vemos como sometedora no es sometedora entonces no habrá posibilidades de obtener energía para convertirnos en una fuerza en su contra; y si ese es el caso, entonces la fuerza que entendemos como sometedora en realidad es una fuerza de resistencia y quizás seamos nosotros los sometedores.

Existe otra fuerza que es la fuerza del hábito, dicha fuerza del hábito puede ser una fuerza sometedora que se nos hizo habitual y para mantener una fuerza sometedora hasta el punto de hacerla habitual le construimos valores, más bien valoraciones; dentro de ella forjamos valoraciones de bueno y de malo en donde lo bueno es todo aquello o todo aquel que está de parte de la fuerza sometedora o con ella, y lo malo es todo aquello o todo aquel que está en contra de la fuerza sometedora o que se halla sometido bajo ella.

Muchas veces, cuando tal fuerza sometedora a la cual nos habituamos porque se nos enseña sus valoraciones, las cuales entendemos como valores, ha logrado mantenerse mediante un efectivo sistema de imposición, la llamamos cultura, idiosincrasia, tradición, o nuestro modo de ser. El modo de entender tales palabras consolida más o no el poder de la fuerza sometedora. Pero, independientemente de los términos mediante los cuales nos conformamos en el hábito, la fuerza sometedora ha construido un estado de cosas tal, tan palapable y tangible, tan concreto, que los términos que usemos para justificar tal situación o estado de cosas, comienzan a perder poder. Cuando los términos que usamos para justificar nuestro hábito producto de nuestro acostumbramiento a una fuerza sometedora pierden poder entonces apelamos al prejuicio. Daré varios ejemplos: pasas de ser un “pobre negro” a ser un “maldito negro” y después a ser un “niche”, un “criminal”; o se le llama “humilde trabajador” al trabajador que está siendo explotado y, cuando éste adquiere noción de ello porque se da cuenta de que produce cincuenta veces más de lo que gana y lo que gana malamente le alcanza para subsistir, entonces se ha vuelto en un individuo peligroso, pernicioso e inmediatamente hace parte de algún tipo de calaña. Un término habitual que denota de qué manera la pérdida de poder de nuestros términos habituales comienzan a demostrar prejuicios es el de “Resentido social”. Lo positivo de todo esto consiste en que a medida que se fortalece la resistencia la fuerza sometedora se muestra cada vez más como lo que es. La fuerza sometedora cuando impera tranquilamente genera eufemismos “pobre negro”, “humilde trabajador” y otros incontables ejemplos; pero, cuando se siente vulnerable su esencia se muestra, su odio sale a la luz y su terminología se encrudece, se sinceriza y olvida toda su educación y modales: deja a un lado su esfuerzo por aparentar. Se ha quitado la máscara; y se vuelve obvio, que antes no lo era tanto, contra qué debemos resistir. Entonces comenzamos a dudar, por ejemplo, de que quien vive muy mal es porque así quería o comenzamos a dudar de que hay grupos étnicos que son más flojos que otros…, comenzamos a dudar de los eufemismos culturales y vemos cómo éstos cubrían una violencia que pretendía hacernos cómplices de un estado de crueldad.

Toda una educación cultural se fragmenta y cae hecha polvo. Entonces se resiste por agrado, porque se sueña con algo más y se sueña por algo más. Y se siente cómo un odio inconfesado brota, sale a la luz, y se convierte en una energía que nos presiona que, si se la resiste sin ceder y también sin atacarla, genera en nosotros la posibilidad de ser individuos más completos, porque nos convertimos en una respuesta a esa presión y aprendemos a asumirla en silencio.
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Es interesante constatar que cuando se le resiste a la estupidez (y llamo estupidez a todo falso razonamiento que no toca la raíz de los hechos) se termina resistiendo al odio y al ensañamiento del mismo. Cuando el odio se ensaña se vislumbra crudamente la verdad de los hechos y entendemos de manera cruda su razón: el prejuicio, el cual esconde el placer de la opresión.

Y es el placer de la opresión la verdad más pura que se puede descubrir, y resistir.
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¿Cómo resistir entonces a TODA OPRESIÓN? El cumplimiento cabal de tal labor se halla únicamente en manos de la resistencia, si partimos del principio de que todo poder es una forma de opresión. El poder de la resistencia consiste entonces en el poder de resistir y no en el de convertirse en un nuevo poder.