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Inicio / Cuenteros Locales / mi_mundo_paralelo_y_yo / Tres cucharadas de azúcar

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Ambrosio a sus 83 años dedicaba sus mañanas a echar azúcar en las tazas ajenas, me explico: este anciano que disponía de muchísimo tiempo libre no sabía en qué ocupar sus días; en una ocasión fue a visitar al doctor para que le recetase su medicación de la circulación y le soltó –doctor, creo que estoy para echar azuquita-, de pronto, una bombilla se iluminó sobre su testa y decidió ofrecerse en las cafeterías del centro de la ciudad para, cuchara en mano, endulzar los cafés ajenos. A los clientes, al principio, les resultaba raro que el señor de gafas nacaradas, voluntarioso, se ofreciera a azucarar sus bebidas pero más adelante se acostumbraron a pedir –un café solo con dos cucharadas de azúcar, Ambrosio- o –un manchado con media cucharadita, buen hombre-. No crean que Ambrosio no tenía en cuenta a los clientes diabéticos para ellos reservaba sobrecitos de sacarina de estampados sorprendentes que recogía cuando paseaba por los otros bares para observar qué técnica de dispensión dulce empleaban.

Entenderán que a los 83 años de vida uno tiene casi todo hecho, Ambrosio por creer firmemente en esto gustaba de intercambiar impresiones con Federico, un cráneo de quién sabe qué, que había encontrado durante la guerra civil cuando recogía los pocos frutos que su castigada huerta tiraba. Fede nunca opinaba, en eso era muy suizo, sólo escuchaba atento, con las cuencas de los ojos todo lo abiertas que tenerse pueden, y Ambrosio entendía su silencio como mejor le parecía, unas veces era una respuesta negativa y otras un modo de expresar su deseo de que cambiase de opinión, en eso Fede era único, conseguía hacer cambiar de parecer a Ambrosio hacia donde él quería. Ambrosio en señal de agradecimiento echaba tres cucharadas de azúcar en el café de Fede, frío y en vaso de cristal fino, así le gustaba tomarlo.

Un mes de noviembre en el que el vaho empañaba los cristales de la casita de Ambrosio, un vecino lo encontró echado en la cama, hacía días que no pasaba por la cafetería y los clientes empezaban a rellenar hojas de quejas; su pecho reposaba en una posición fija y sobre él una notita en la que se leía: a Fede pónganle el café caliente, lleva resfriado una semana y me temo que lo suyo pueda ser neumonía, hagan el favor eso sí, de no olvidar las tres cucharadas de azúcar, es una persona extremadamente dulce.





(Para Iago que me presentó a Fede)

Texto agregado el 09-05-2006, y leído por 696 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
23-05-2006 Mujer, echas miel por todas partes. Un saludo y qué bueno volver a leerte! mercus_mevel
21-05-2006 Tu cuento, como Ambrosio, es muy dulce. mis felicitaciones, la autora también deberá ser dulce para escribir este tipo de textos, cuidado eso sí, pues si te quedas demasiado tiempo quieta puede que las hormigas suban por tus pies. Saludos woody
17-05-2006 Muy bien. Por lo menos, es mejor que un amigo mio, que se ofrece para echar cucharaditas de estricnina en el café de la gente... elcorinto
12-05-2006 Amiga de la lejana internet... esta re bueno...me gusto muchisimo....saludos.. flint
11-05-2006 Una suerte que eso de la dulzura no sea sólo cuestión de azúcar... pobres diabéticos :P Tienes una manera de decir las cosas muy dulce y muy tierna, haciendo que quien te lea vuelva, por unos momentos, a ser niño. Nos recuerdas que aún tenemos cosas que aprender, eso sí, siempre con paciencia, buena letra y mucha dulzura. Un beso, guapa* Mokey
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