Cuando muera quiero ser incinerado. No es una decisión difícil de tomar, a pesar de solo contar con 30 años, y ya tan pronto pensar en esto solo demuestra que en esta vida hay que madurar para estar preparado. Lo inevitable siempre llega, no sabemos cuando, por eso, mejor estar prevenidos.
La decisión de incinerarme no es una tentación a Dios, ¡Dios me libre! Lo de tentación lo digo por eso de la resurrección al final de los Tiempos, cuando se tenga que poner a resucitar y diga “y el jodío éste: sin cuerpo, otro cabroncete”. Tampoco lo tendrá más fácil con los inhumados, de los cuales solo hay polvo, aunque, menos da una piedra. Pero, estos son pensamientos blasfemos, ya que para Dios todo es posible, y sobre esa cualidad o de la existencia de Dios no pienso disertar ahora.
Lo malo de la incineración, el único “pero” que encuentro, es la contaminación. No dejamos en paz a la Madre Tierra ni muertos. Cuando la Madre Tierra nos espera ansiosa, para convertirnos en abono, las fastidiamos, ya sea quemándonos, echando un poco más de CO a la maltratada atmósfera, o nos ponemos un bonito mausoleo de piedra que nos aísla.
¿Por qué pienso contaminar la atmósfera en un futuro indeterminado? Por mi ansía de vivir y dar vida. Vivimos en una sociedad, que a pesar del cristianismo, está sumergida en una cultura de muerte. Todo gira en torno a ese nefasto día, yo ya estoy pagando el seguro de deceso. Como lo inevitable llega siempre, y es como el cagar, que a todos nos iguala, deseo ser recordado siempre u olvidado para siempre. No desfalleceré en mi intento de dar testimonio de mi mismo, de mi pobreza interior y de mis luchas. Por eso escribo, para ser recordado en algún día futuro, y no sólo el día del primero de octubre. No quiero ser una carga para después de mi existencia, y si un motivo para la alegría y la reflexión. No quiero flores hipócritas sobre una tumba, que puede ser que nadie limpie, sino unos ojos jóvenes que me lean dentro de 100 años, aunque mi calidad no merezca esa atención. Por lo menos mis cenizas servirán para fertilizar la tierra, y, al fin, ser útil para nuestra Madre Tierra.