JORNADA CDI
Los mastines
El desfiladero, una amplia avenida flanqueada por dos murallas de
roca, era demasiado extenso como para permitirnos una fácil defensa pero
estábamos exhaustos, en especial las bestias y allí decidimos hacer el
alto. Los bagajes los acomodamos en los huecos de las rocas y extenuados
nos hundimos en un torpor ciego parecido al descanso.
Hacia el atardecer alguien divisó en el horizonte una alta columna de
polvo a unas dos jornadas de marcha. Discutimos las decisiones a tomar
pero nuestro cansancio era tal que llegó la noche sin haber decidido
qué hacer.
Al amanecer la columna se encontraba mucho más próxima, además la
trepidación que era ya perceptible al ras del suelo nos hizo temer que se
acercaba un ejército formidable.
Revisamos el estado de las bestias pero la evidencia era que ni cien
palos podían obligar a una mula a que aceptara un mínimo de carga.
A mediodía ya se divisaba la hueste y la altura del polvo removido nos
inducía a pensar en un ejército asombroso en razón de su número, mas
observamos que el fragor no se correspondía con el rítmico retumbar de la
marcha militar. Al poco nos convencimos de que nos hallábamos, no ante
un ejército sino ante una muchedumbre de proporciones inmensas. Ante la
imposibilidad de huir por el desfiladero trepamos la muralla por una
quebrada y allí instalados en lo alto esperamos el curso de los
eventos........
Nunca antes viera ojo humano tamaña multitud. Atropellándose despavorido, el
río humano cruzó el desfiladero bajo nuestras atónitas miradas. Era claro
que presenciábamos una huida. Una huida que había unido al parecer a
muchas naciones. Alguno de los nuestros afirmó que se hallaban juntos
todos los humanos del orbe. El abigarrado gentío tardó el menos medio día
en desfilar ante nosotros.
Hansen, uno de los nuestros y de hábitos sanguinarios de vez en cuando
lanzaba un dardo, con su ballesta, al centro de la multitud, veíamos
entonces, como en un estanque, formarse un remolino y a continuación una
onda circular de empujones que se extendía hasta los bordes del desfiladero antes
de disiparse.....
Siguió transitando la muchedumbre enloquecida. Una vez que hubo pasado
me encontré con el silencio y me di cuenta de que las rocas entre las
que había pasado casi un día eran de color rosado.
Abajo el desfiladero en toda su extensión estaba sembrado de muertos
deshechos por millones de pisadas y nuestras bestias habían desaparecido.
Entonces miré al horizonte. Contra el cielo rojo , alta hasta las
nubes, se recortaba la silueta del jinete de la vorágine oscura. Había
salido de caza con su rehala de mastines. Los mastines del miedo, del odio
y de la pena. Los mastines del error, de la crueldad, del llanto y de
la soledad. Abatido recordé a Hansen y su forma de entretenerse con la
ballesta .
Así lo soñé . |