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Es día de trabajo.
Una atmósfera acústica
invade mi jornada.
Mi mente se preña de ruidos.
De pronto, un ringtone familiar
reclama mi atención.
¿Anunciará venturas
o algún dolor de cabeza?
¡No! ¡Ya es la hora del encuentro!
Mi corazón late de prisa
y este ruiseñor negro
sale de su nido
para cantar sus románticas notas
con los más dulces trinos.
Y el canto es una voz lejana.
Y la voz suena tierna,
aunque invisible
como el aire;
refrescante
y necesaria como él.
¡Oh, cómplice artefacto!
¡Saeta penetrante!
¡Impregna una vez más
mi alma de ilusión!
Que cual suave
y benéfica ponzoña
se apodere de mí
la expectativa de sentir
en mi oído sus besos
y sus halagos.
Vence hoy
De nuevo
Esas cumbres y valles
y tráeme pletórico
sus risas y reclamos,
sus mimos y promesas.
Que tu simple oficio
Siga obrando el milagro
de torcer la mano
al cruel destino
que selló para nosotros
el tiempo y la distancia.
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Texto agregado el 08-05-2006, y leído por 904
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