Algunas personas marcan un punto de inflexión en nuestras vidas...
Salí del trabajo entrada la tarde, apenas estuve en la calle sentí una brisa de libertad que me recorría el cuerpo. Era obvio que éste lugar me agobiaba más de la cuenta. Me sentía cansada y me dolían los pies y un poco la espalda, cualquiera de estos días voy a pedir que me cambien la silla del escritorio.
Llegué a la parada del colectivo deseando no esperar demasiado. Quince minutos, nada... diecisiete minutos y ni noticias de él.
Comencé a observar la arquitectura del lugar tratando de pasar el tiempo, edificios blancos y grises me acechaban con su mirada espejada, nunca antes había levantado la vista más allá de los semáforos. De pronto mis ojos se fijaron en la terraza de aquel edificio de cinco pisos: mareado entre la vida y la muerte aquel hombre trataba de tomar valor.
Mi reacción fue inmediata, corrí, alcancé a subir las escaleras del Edificio Municipal con la celeridad que el caso ameritaba. Llegué a la terraza y ahí lo tenía, de espaldas a mí. Sus pies a diez centímetros del borde, sus piernas temblorosas, tratando de sostener la poca vida que le quedaba.
-¡No lo hagas!- le grité. Se inclinó sobre su hombro y me miró asustado.
-¿Quién eres?, véte, ¡por favor!
-¿Por qué quieres hacerlo?- pregunté con la voz un tanto angustiada.
-La vida no es lo que me contaron. Mi vida no fue más que una sucesión de fracasos.
-Bueno, dame la mano, estás a tiempo de no fracasar del todo.
-¡No!, voy a saltar, no quiero seguir.
Me hablaba como si quisiera sacarse un lastre de cincuenta kilos de encima. Creo que el caso estaba perdido.
-No te preocupes, el viento me llevará con los ángeles, será cuestión de segundos-, me dijo.
Avisorando que el final se acercaba me apresuré a tenderle mi mano. Él extendió la suya, pero antes de poder tocarlo, saltó. Instintivamente cerré los ojos y me tapé los oídos. Me desplomé en el suelo y lloré como nunca antes lo había hecho, no podía comprender cómo todo el coraje que le había faltado para vivir lo había tenido para arrojarse al vacío. Paradojas de la vida, o de la muerte.
En cierto modo lo envidiaba, había logrado una libertad que yo no tenía. Tomé valor y de a poco me fuí asomando sabiendo que el espectáculo que me esperaba no sería el mejor.
Menuda sorpresa me llevé, allí abajo la vida seguía transcurriendo con total normalidad, gente apurada, caras de cansancio y hastío. Rutina. Del muerto, ni novedades. Evidentemente el viento había hecho lo suyo, entonces comprendí que debía irme de allí, bajé lo más rápido que pude, alcancé la calle y entonces sí, me apuré, mi colectivo estaba llegando a la parada; al tiempo que un viento angelical se levantaba sobre la Avenida.
No sé si yo había intentado salvarlo a él o definitivamente, él me había salvado a mí. |