Se internó en los viejos túneles de piedra que había descubierto en una playa cercana y que seguramente había construido algún pirata. Penetró con rapidez en lo profundo de la tierra, antorcha en mano, explorando el interior cuando distinguió una caverna. Entró en ella y encontró otro túnel. No se daba cuenta de que el pasillo era cada vez más pequeño, tanto que el techo le rozaba la cabeza. Llegó a una brecha que no conducía a ninguna parte y dio marcha atrás. Estaba seguro de haber seguido el mismo camino, pero no lograba encontrar la salida. La antorcha se consumió poco a poco mientras la desesperación se apoderaba de él. Luego se apagó y la oscuridad lo devoró todo.
Despertó sudando frío, con la cabeza hundida en un viejo libro de historia local. Estaba solo en la biblioteca. El guardia se le acercó y le dijo que era hora de cerrar. Salió a la calle y el cálido clima de la isla lo recibió con brusquedad. No se limpió el sudor de la frente porque todos sus pensamientos estaban en lo que había leído: era posible, la historia lo corroboraba, que en esos túneles hubiera oro enterrado ahí desde hacía cinco siglos.
A la mañana siguiente y a pesar del mal sueño, decidió seguir adelante con sus planes. Subió lo que necesitaba a la barca y arrancó el motor. Pensó en el último momento en llevar una soga y partió unos minutos después. Desembarcó cerca de la boca del túnel y entró en él. Cuando fue necesario encendió la linterna, amarró la cuerda a una pesada piedra que enterró en el suelo, asegurándose que desde ahí se podía ver la entrada, y siguió adelante, marcando su camino con la soga. La humedad era abrumadora y el frío lo hizo dudar, nada de eso lo había sentido en el sueño. Cuando la oscuridad se hizo mayor supo que ése era el lugar en donde se cruzaban varios caminos y se internó en el único que no había explorado todavía. Sintió emoción, estaba seguro de que al final de ese túnel lo estaría esperando una fortuna. Pensó en lo que podría hacer con ella y en lo sencillo que había sido obtenerla. En realidad ya se consideraba afortunado, pues era increíble que en tanto tiempo nadie se hubiera dado cuenta de lo que había en esa cueva. Siguió caminando en la oscuridad y notó que el espacio era cada vez más reducido. No pudo evitar recordar el sueño, pero desechó esas ideas y fue más allá.
De pronto vio que los muros eran distintos, hechos de piedras labradas con cuidado y que el piso, de bloques de cantera, había sido plano alguna vez. Aguzó la vista y distinguió una pequeña entrada que lo llevó a una habitación de varios lados iguales, en ese momento no supo cuantos. Al parecer la cámara no conducía a ninguna parte. Miró a su alrededor, examinó el techo pero no encontró nada. Buscó en el suelo y notó que las sombras insinuaban un contorno entre la arena. La apartó con las manos y se alegró al descubrir una tapa de madera podrida y herrería oxidada. Soltó la soga e intentó levantar la tapa, pero se dio cuenta de que no le sería posible. Lo intentó una vez más y sintió movimiento debajo de ella. Escuchó que algo se arrastraba, hubo un estruendo y luego una ventisca. Tomó la linterna, encontró la cuerda a unos pasos de él y cuando la levantó el miedo lo invadió al ver que había sido cortada a unos metros de él. Corrió y se topó con el muro, furioso lanzó la soga al suelo y empezó a recorrer la pared buscando la salida. Un momento después se encontró en el piso el mismo trozo de cuerda. No podía creerlo. Trató de mantener la calma y empezó el recorrido otra vez. Entonces volvió a ver la soga y, horrorizado, se dio cuenta de que la puerta ya no estaba ahí.
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