La tarde caía, y con el pasar de las horas, nos íbamos impacientando. Cada recreo era como un breve respiro a toda esa lenta tortura, las clases. Puede sonar un poco exagerado, pero no lo es tanto si se tiene encuenta que las aulas parecen, durante esa época de fines de Junio, enormes heladeras cargadas de monotonía.
-Ensima, ¡Hay que estudiar para el oral de mañana! - comentó alguien con un tono desesperado.
-Uh, cierto...¡Qué bajón!-respondió uno de los chicos, desde su banco, cerca del fondo del salón.
-No se quejen, que por lo menos ustedes no tienen que quedarse en esta cárcel hasta las 7...- comenté, un poco resignada a la idea de pasar dos horas más que los demás en el edificio.
-¡¿Hasta las 7?! ¿Para qué?- me preguntó Ale, mi compañera de banco.
-Y sí, acordate que tengo inglés hasta esa hora, acá. Ensima, en una de las aulas más al fondo, por el pasillo de arriba.- comenté mientras guardaba mis útiles.
-Uh, qué mal. Si querés después, cuando salgas, date una vuelta por casa. Digo, asi tomamos unos mates y de paso estudiamos...- fue su cordial respuesta.
-Gracias, che. Pero igualmente no creo que pueda ir, prefiero llegar temprano a casa hoy, ¿Viste?..-respondí, hablando cada vez más bajo a medida que surgían las palabras.
-Ah, claro. Bueno, mejor entonces.-Dijo Ale, recordando el reciente episodio de mi pelea con mi madre, producto de mis acostumbadas llegadas tardes a casa.
Tuvimos tiempo de cerrar nuestra conversación antes de que toque la campana, momento en el que terminé de juntar mis cosas y me dirigí hacia el aula de inglés. |