Desperté una noche y era todo espíritu, libre como el viento, y corrí veloz, alejándome del antiguo baúl cavernoso que se cernía siniestro sobre mi aspiración de libertad, atravesando árboles, casas, sueños, deseos y hasta la vida misma. Me deleite mirando el mundo desde mi puesto omnipresente y viví cada sueño y fantasía como si fuera el mío propio, nutriéndome de ello al igual que las nubes de formas diversas, y admire mi libertad, reí entre vuelos estacionados y sentí el vibrar de los árboles bajo mi risa.
Pero un día, en un simple momento de nostalgia, volví hasta donde había dejado el cuerpo inánime que tanto tiempo fue mi cárcel, busque, y puse tanto afán en ello como todo lo demás que había hecho hasta ese momento, pero fue infructuoso, un árbol centenario en el lugar preciso me hizo ver la realidad. Me senté en el vapor que exhalaba la hierba, y ahí, por primera vez solo, mis lagrimas se convirtieron en gotas de rocío
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