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Faltaba ya poco para el amanecer, y la noche se sentía fría y húmeda. Rodolfo, miraba el horizonte en la llanura, rogando que el sol no saliese aun. Consigo, arrastraba un saco de algodón, que albergaba algo lo suficientemente grande y pesado para obligarlo a realizar un acto forzoso.
Rodolfo, era un hombre lo suficientemente adulto como para portar arrugas en su rostro y canas entre sus cabellos. Si bien desde pequeño había pasado por situaciones violentas, y vale la pena mencionar q fueron debido a su condición de pobre, el hombre jamás, había sacado al exterior un carácter imponente de respeto. Su tamaño, no mayor al metro sesenta, eran meras invitaciones a las burlas del resto. Para el pequeño, en ese entonces, no representaba un gran problema en comparación con el resto de los tormentosos mementos de hambre, frío e insomnio q debía pasar. El problema en ser un bufón, era que conllevaba a los niños codiciosos de maldad a utilizarlo como medio de desquite y liberación de una bronca acumulada. Claro esta, que esta ira, no era producida por el joven Rodolfo, que solo se limitaba a estar quieto y en silencio. Siempre o casi siempre con la mirada al piso. Con los años aprendió a mirar fijo a los ojos, sin intimidar pero con cierto grado de lastima por aquel otro que poseía rabia dentro de si.
Con el tiempo Rodolfo fue adquiriendo un respeto mayor. Obviamente no mas del que un ser con carácter. Pero sí, el que se merece un adulto con sus años ya vividos.
A pesar del respeto que merece un hombre de edad mayor, Rodolfo, era tratado, por su condición de pobre, como un ser inferior. Durante el día daba largos paseos por barracas, constitución y san Telmo, pidiendo, con una mirada de perro carente de cariño, alguna limosna que pudiesen proporcionar, por mas humilde que fuese.
Salía a pedir en los bares y cantinas. En algunas ocasiones, era echado como un perro, como dije antes, lo creían un ser inferior. Pero por lo general, ya era conocido y bien querido por la mayoría, sin dejar, esta claro, de ser inferior. Allí, paraba cerca de las dos o tres de la tarde, esperando algún bocado, ya reservado por costumbre y gratuito. De tanto en tanto alternaba el lugar de su humilde almuerzo, para no abusar de la generosidad de aquellas buenas personas.
Sabido esta, que el hombre no vive solo de alimento. También es necesario un albergue capaz de proporcionar un refugio contra el frío, la humedad y la incomodidad. Bueno… en duda pongo estos últimos dos. Ya que las paredes de su cuarto acogían humedad suficiente para hacer doler sus huesos. Y su colchón, lo bastante viejo y gastado como para sentir la dureza de la cama. Para que vea usted que mi exageración no es exuberante, en los días de diluvio algunas goteras caían justo sobre la cama. Así pues, que Rodolfo resolvía dormir en el suelo. Valga la redundancia, no existía mucha diferencia. Súmele a esto que jamás en su vida había probado lo suave, cómodo y confortable de un colchón, si quiera, medianamente nuevo. Pues era común para el viejo, este tipo de descanso.
Usted se preguntara, ¿Por qué no corrió de lugar la cama?, evitando así, la gotera y la dureza del suelo. Pues es allí donde aparece el problema en cuestión. El ser que hace posible la historia y la liberación en forma abrumadora del pobre Rodolfo: enrique “la ley”. Exuberante apodo para un ser tan avaro, mediocre y grotesco. A pesar de que quizás, en algunos casos valga bien puesto estos atributos en la ley. Claro esta, en ciertos casos, no en todos, ni la mayoría.
Siguiendo con la historia, este ser grotesco y desagradable, enrique”la ley” y así le pusieron por regir las normas en su albergue, en anonimato y entre lo inquilinos: el cerdo, el gordo, la chancha, este hombre avaro solía aprovechar la condición de pobreza de la mayoría de sus arrendatarios, pidiendo favores gratuitos a cambio de extender el lapso de tiempo de pagos atrasados. Si bien para la gran mayoría esto era de su desagrado, por lo menos posponía la fecha de retirada, soportando al cerdo antes que el frió, no fueron pocos los que eligieron el frío y la plaza. Pero para el viejo el frió significaba reducir su existencia a un par de semanas.
A pesar de ser un hombre mayor, incapacitado de muchas tares, era el favorito de La Ley para martirizar con sus trabajos. Quizás por su carencia de carácter. Los demás, si bien no acotaban mucho, en la mirada se veía la bronca y el deseo de terminar de una buena vez con un ser despreciable y altanero… ¿Cómo puede llegar a ser altanero lo mas insignificante de la sociedad? Debe ser por ello, por aquellas miradas desafiantes, que enrique no abusaba demasiado de su postura. Pero esta mirada no se encontraba en el anciano. Mas bien era una mirada triste, suplicante de piedad. Y es por ello, que el gordo hacia sentir todo el peso de su ley, sin temor alguno.
Mas de una vez, los mas jóvenes, se dichaban de ayudar y hasta hacer el cien por ciento del trabajo que se le había encomendado al viejo, y esto lo hacían de forma meramente gratuita y generosa.
Es aquí donde llegamos al momento culmine de la historia en donde se pasa de lo humano a lo despiadado. El gordo enrique la ley, le encomendó al viejo una tarea no tan desagradable pero mas que forzosa. Para un hombre mayor como Rodolfo, imposible de realizar. Luego de ver los fracasados intentos del anciano, la ley, en un acto inhumando, bien de adjudicar a una despiadada alma vil, lo hecho a la calle como quien arroja un trapo viejo a la basura. En ese instante el viejo, estremecido, se digno de suplicar, después de tantas humillaciones, esto ya no representaba un dolor profundo. El cerdo ignoro y hasta se mofo del anciano que indignado, con el martillo que llevaba en la mano, vale aclarar que este era de propiedad del gordo, le dio un golpe seco y preciso.
La ley quedo tumbada en el suelo, en un charco de sangre. Rodolfo lo arrastro hasta su cuarto. Limpio la sangre del pasillo para que nadie se enterase, a pesar de que si algún inquilino lo hubiese visto lo primero que haría seria ayudarlo y felicitarlo, claro esta… no es necesario explicar porque. Allí, en su habitación, tomo un añejo saco de algodón que usaba en viejas épocas para trasladar sus humildes bienes personales, cuando la sangre era joven y se albergaba en una plaza. En aquel saco metió al cerdo y espero la noche. Al flotar la luna sobre las chimeneas, salio con su saco lleno. Camino arrastrando el bulto hasta una pequeña llanura, allí, cabo un pozo y arrojo el saco y toda la “basura” que llevaba dentro.
Días después, un inquilino encontró al anciano ya fallecido en la cama de su cuarto. El viejo, pálido y apestado, yacía con una sonrisa que alumbrara su rostro, y en sus ojos una expresión de libertad, igual a la de aquel que se ah librado de un peso que oprime el pecho, igual a la de aquel que a dejado salir su carácter mas puro y sin represión alguna.

Texto agregado el 07-05-2006, y leído por 80 visitantes. (1 voto)


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