Sinceramente, su autoestima estaba bastante cerca del suelo; se avergonzaba de sí mismo, nunca se quiso. Eso, a la larga, le pesó.
Cierto día, su identidad, ya aburrida de ser humillada, discutió con él, tomó sus cosas y se marchó. Se divorciaron.
—Es mejor, ya no tendré que soportarme.
Creyéndose libre quiso salir a celebrar, pero no tenía carné: ¡era de ella! Espantado, fue a visitar a su mejor amigo, ¡no lo reconocía! Sin identidad, él no existía. Fue donde su novia, pero tampoco lo recordaba.
Salió a la calle. Todos lo miraban con distancia y temor. No entendía lo que pasaba, hasta que se le ocurrió mirar su reflejo en un vidrio… ¡No tenía rostro! Todo lo que lo hacía diferente a otros se lo llevó su indignada ex compañera.
La buscó por todos lados, gritaba (sin boca ni voz) que le perdonara, lloraba (sin ojos) por todo lo que le dijo la vez que se divorciaron, buscaba y buscaba desesperado.
Aún yerra intentando encontrarla, pero ni señas de ella. Dicen que se le ha visto en el cine comiendo palomitas de maíz, caminando por ahí, trabajando y saliendo con amigos CON IDENTIDAD pero, aunque no lo diga, aún extraña a su ex compañero, pese a que la trató con tanta crueldad. Después de todo, eran muy unidos… cualquiera diría que formaban un solo ser.