Era más que obvio : era un hombre importante. Bastaba mirar a su alrededor para corroborarlo : se hacía la última revisión antes de presentarse al público, los espejos y las luces eran asombrosas, el piso de mármol, al igual que los lavatorios y la grafitería dorada. Sí, lucía muy bien peinado, rasurado y bien perfumado. Afuera estaba su custodia personal, cuatro fornidos en total, más la policía de la ciudad. El hombre realmente se sentía importante, exitoso, ejemplar. Sabía que en pocos segundos más una cerrada ovación lo recibiría, habría gritos y todo tipo de demostraciones de admiración para él. La vida le sonreía, qué duda cabía.
Ante tanta pompa y nerviosismo, sin embargo, el hombre que hacía la limpieza, curiosamente, era el único que se apiadaba de él, y pensaba para sus adentros que el éxito no es un título que otorgen los demás, sino que cada persona en sus íntimas convicciones se lo otorga a sí mismo, y que nada más traidor en el mundo hay que los aplausos, conceptos tan básicos que por cierto ignoraba y nunca entendería el pobre infelíz tonto importante. |