Las campanas doblaban cuando era las 10 de la noche más calurosa del verano, la misa de gallo estaba próxima a iniciarse, un coro de niños en armoniosa polifonía deleitaba a los fieles con cánticos navideños.

Una ancianita transportada en silla de ruedas secaba el sudor de su arrugada cara, su hijo un sujeto bastante obeso, intentaba entrecruzar los gruesos dedos de sus pequeñas manos regordetas, una gota de sudor resbalaba por su cara dejando el brillo típico del camino del caracol. Todos escuchaban la prédica del Padre Tomás.

Una joven muchacha que integraba el coro, ceñía con sus manos constantemente su vestido largo veraniego a su cuerpo grácil, estilizado y virginal, su trasero formaba un relieve que varios hombres fingían no ver. El padre Tomás se tomó el segundo sorbo de vino.

¡ME ROBARON LA CARTERA! Gritó una señora, - al instante todos los fieles supieron del robo, hasta el cura se vio en la obligación de cambiar el rumbo de su prédica, un policía llegó en moto, se cerraron las puertas de la iglesia,... la bendita cartera no apareció.

A algunas cuadras del templo en una pequeña plazoleta, tres niños hijos de la calle, celebraban la llegada del hijo de Dios comiendo pan de pascua recién comprado que compartían con su pequeño perro, el que también estaba hambriento.

Horas más tarde, un pequeño can dejaba en la escalinata del templo una lujosa cartera de cuero, cuando las campanas silenciosas dormían.