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No creo que existan muchan personas en el mundo que no se hayan producido una herida abierta que hayan tenido que suturarle o al menos curarle. Todos guardamos una cicatriz de lo que fue un día una herida dolorosa y sangrante, producto de nuestras inquietas intervenciones en actividades pueriles, en atrevidos intentos de aventuras o simplemente en accidente casual.

Con el tiempo la herida se cura, deja de sangrar y el tejido se repara, tapando el hoyo que una vez dejó al descubierto nuestra carne, produciéndonos dolor y sufrimiento. Se formará una cicatriz, como recuerdo permanente de nuestro incidente, una marca indeleble, un recordatorio con el que cargaremos hasta la tumba.

En nuestro devenir humano, son muchas las heridas que nos hacemos, o que nos hacen. Es como convertirse en soldado desde el mismo momento en el que nacemos, y la vida es la batalla en la que combatiremos. Las relaciones interpersonales son uno de los muchos escenarios donde más heridas recibiremos. Empezando por la relación padre-madre, que afecta tan intrínsicamente a los hijos.

Si la relación padre-madre como pareja no es afecta, cordial, honesta, moral, los hijos que nazcan de esa relación, nacerán con heridas abiertas, que sanarán en la medida en que padre o madre traten de sanarlas. Una herida descuidada se infecta, y cuando las heridas del alma que se producen por el efecto directo de la mala relación padre-madre no es tratada adecuadamente, esa herida se infectará y afectará la vida la vida de ese niño hasta el día de su muerte.

Las relaciones de pareja dejan heridas de todos tamaños. Las mujeres se quejan que los hombres son agresores por naturaleza, y van inflingiendo tajos a diestra y siniestra de forma conciente y desalmada.

Los hombres, por su parte, afirman que son las mujeres las que lastiman sin piedad. Conquistan los corazones para dejarlos morir de sed en el desierto del desamor, o morir de hambre en el calabozo de la mente.

Eso solamente significa una cosa, que tanto hombres como mujeres poseen heridas en igual número, causadas por relaciones lacerantes, improductivas y lastimosas. Nadie queda, de facto, inmune a ser herido de un flechazo en el corazón o de una puñalada en la espalda. Pero el meollo de todo este asunto es sobrevivir y vivir feliz en adelante.

Cuando nos herimos, nuestra sangre brota, y la medida del sangramiento nos dice cúan lastimados estamos. Una alarma se enciende en nuestro cerebro que nos impele a buscar ayuda, a curarnos, a coser y a detener la sangre. Es algo automático, es como si una fuerza desconocida, tal vez el llamado instinto, nos mueve a gritar, a pedir socorro y a buscar la solución de ese problema en que estamos metidos, porque la permanencia de nuestra vida dependerá de hacer una pronta reparación. Cuando logramos detener la pérdida de sangre, llega a la mente el alivio inmediato, la tranquilidad de saber que la vida ya no se nos está saliendo por algún sitio. La vida queda encapsulada nuevamente en su microcosmos, y seguimos el combate diario.

Cuando las heridas son en el alma, las sufrimos igual, nos duele comoquiera, pero no vemos pérdida de sangre y la alarma no se enciende. Entonces se nos hace débil el espíritu por la pérdida de un flujo vital invisible. Nos llenamos de conmiseración y lloramos por nosotros mismos. Estamos heridos de muerte y nadie parece vernos heridos, caidos o lastimados, y nadie viene a nuestro rescate.

Nosotros mismos debemos curarnos. No hay otra opción, porque cada cual vive en su afán de curarse sus propias heridas. Nadie vendrá voluntariamente a reparar nuestra herida en el alma, porque nadie la ve.

Aunque hay profesionales cuyo trabajo consiste en curar esas heridas, no los contemplamos como sanadores. Buscamos sacar un clavo con otro clavo sin saber que hacemos la herida más grande. Buscamos la cura, entonces, en la acusación del causante, pero no hay corte de justicia que lo procese por haberte lastimado en tu orgullo, en tu soberbia o en tus sentimientos. La herida permanecerá
abierta hasta en tanto te des cuenta de que no te deja vivir feliz.

Y he aquí una de las claves de la felicidad: haber sando de las heridas del alma. Sin rencores que anulan tus fuerzas, no las del odiado que seguramente vive en la tranquilidad de la inconsciencia o la ignorancia; sin resentimientos, que amilanan tu ímpetu y te agotan, no por el que resientes que seguramente nunca se ha enterado del resentimiento que te agobia.

Sanar las heridas del alma requiere amor. Ese amor es para nosotros mismos, necesariamente tenemos que amarnos, y desear sanar de esa lastimadura incapacitante. Nadie ha dicho que es fácil, la sanación implica cambios de pensamientos, de acciones, de comportamientos. Reconocer que somos débiles y que necesitamos deselvolvernos en escenarios menos peligrosos. Implica el saber y conocer a las personas capaces de herirnos con fuerza; de las situaciones que nos exponen a estos peligros para salir de allí y buscar refugio en un lugar más seguro, lejos de esas personas. Cuando hay fuego, nadie corre hacia él, todos huyen porque es instintivo.

La sanación implica eliminar la posibilidad de odio hacia el atacante porque es una pérdida de tiempo y de energía, es un esfuerzo futil que no produce sanación, sino que nos inflama más la herida abierta. El agresor vive en el gozo, tal vez, de saber que nos ha herido y nosotros vivimos dándole el gusto de permanecer caidos. Por eso hablo de amor para nosotros mismos, porque al amarnos eliminamos la cabida a odiar al agresor y canalizamos la energía en forma postiva para que se convierta en reflujo que corra hacia nosotros.

Cuando nos contemplamos las heridas que nos hicimos jugando, brincando, corriendo, peleando, aventurando, y vemos las cicatrices, ya no sentimos el dolor que sentimos cuando nos dimos el tajo. Ya no brota la sangre, el tejido no está inflamado, solamente queda una marca indolora al tacto, pero presente.

Cuando sanamos de las heridas del alma se nos forma una cicatriz igual, El flujo energético que se perdía, ya no sale. No nos duele pensar en lo que pudo haber sido y no fue. Es posible que la cicatriz de lo una vez pensamos que fue una herida grande, haya queda empequeñecida por una agresión mayor. La clave es que deje de doler y de sangrar.

Cuando seamos capaces de sanar de nuestras, habremos preparado el camino para crecer en espíritu y disfrutar de la vida siendo felices.

MEDITACIONES
Lourdes E. Moya de Alcaide, 2006
http://blogdetatitu.blogspot.com/

Texto agregado el 06-05-2006, y leído por 671 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-05-2006 QUE PUEDO DECIR? ME ENCANTA COMO CONTEXTUALIZASTE LAS HERIDAS FÍSICAS CON LAS EMOCIONALES, LO EXPONES DE UNA FORMA TAN SIMPLE QUE HACES PARECER LO DIFÍCIL Y DOLOROSO QUE ES EL RECUPERARTE DE ESAS HERIDAS Y EL TRATAMIENTO A LLEVAR, COMO ALGO TAN CLARO. PERO BIEN DICEN QUE LO OBVIO ES AQUELLO COMPLICADO QUE NO ENTENDEMOS ASTA QUE ALGUIEN VIENE HA EXPONÉRNOSLO DE FORMA FÁCIL. TE AGRADEZCO INFINITAMENTE ESTA CURA QUE ME SIRVE PARA SOBAR MIS CHICHONES Y RASPONES QUE HE TENIDO, COMO ESPERO QUE SERÁ MI SALVACIÓN ANTE LAS HEMORRAGIAS VENIDERAS, QUE AUNQUE ME DA TEMOR EL RECIBIRLAS SE QUE SON PRECISAS PARA AVANZAR EN ESTA LID QUE LLAMAMOS VIDA ,SABIENDO QUE UN INSTANTE DE PUNZANTE DOLOR ME HARÁ ENTENDER QUE EXISTO PARA ALGO MÁS QUE RESPIRAR ,COMER Y DORMIR, Y QUE AL FINAL DE CUENTAS SE NECESITA SUFRIR PARA PODER RECONOCER Y DISFRUTAR DEL ALIVIO, ME HAS PROPORCIONADO EL LUGAR DONDE ESTA LA CURA, EL QUE YO LA TOME EN SU MOMENTO SERÁ MI RESPONSABILIDAD. MUCHAS GRACIAS, SIGUE ESCRIBIENDO QUE YO SEGUIRÉ LEYÉNDOTE CON GRAN FERVOR Y ENTUSIASMO, CUÍDATE MUCHO. SERENDIPIO
 
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