Amor que permanece en un mundo ideal, sin mancha del mundo real.
En la mente que ignora defectos e imagina cualidades.
En el espacio donde el amor no es tocado por la rutina y la convivencia.
Donde discutir es una palabra desconocida.
¿Que pasa cuando ese amor decide separarse de Platón y comienza a tener vida propia, en el día a día, en las decisiones, en las tristezas, en dilemas tontos y en los profundos? ¿Podrá sobrevivir?
Eso depende de lo que cada uno entiende por amor.
Si lo entendemos como un sentimiento, una pasión fundada en atracción, en definitiva tendrá una mejor vida junto a los griegos.
Esos amores debemos abrazarlos fuerte, disfrutarlos como lo que son, estrellas fugaces que al iluminarnos durante pedazos de segundos, nos recuerdan que seguimos vivos, seguimos amando, seguimos sonriendo.
Ahora, si entendemos que el amor es una compleja mezcla de razón, sentimiento y compromiso - entre otros ingredientes- es altamente probable que Platón se asfixie cuando llegue la decisión sobre cual película, sobre la tapa del baño, sobre si es tiempo de conocer a los padres, o cuando la ira amenaza con asesinar al amor.
Entonces, es importante conocernos, saber que clase de amor se quiere y se necesita, ser realistas en las expectativas de la pareja, y de ser necesario, saber retirarse cuando alguno es discípulo de Platón y el otro no.
Respeto mucho al filósofo, pero en esto del amor, no me conformo con las ideas, lo quiero siempre, en cada sol y en todas mis lunas.
Lo quiero cotidiano, arrugado, rescatado, rescatable, rutinario, espontáneo, vulnerable, construido poco a poco, “a fuego lento”.
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